martes, 8 de abril de 2014

Olive Café, Pokhara

Ahora mismo no recuerdo haberme movido tan poco estando de vacaciones como estos días en Pokhara. ¿Razones? Unas cuantas, veamos: voy a hacer aquí, con la de hoy, tres noches. El día de mi llegada fue el último del trekking, absolutamente agotador por muchas razones, apenas me arrastré hasta el borde del lago y al regresar, por azar, supongo, aterricé en el Olive Café. Esta es la razón número 2, después del cansancio. Hay wifi, café de verdad, un té de jengibre con miel y limón de muerte (se llama ginger warmer, por si os pasáis por aquí), comida deliciosa de todo el mundo (incluso una versión deconstruida de tortilla de patata), terraza en la planta baja y, cuando eso ya cansa, terraza superior, para poder comentar la fauna sintiéndote eso, por encima. Razón 3: no es agradable pasear. Humo, polvo, más humo y más polvo, calor... No lo veo. Me he acostumbrado a verdes montañas, aún no estoy preparada para otros ambientes.
La mezcla de todo han sido unos cuantos taxis y grandes sentadas reflexivas. No creo que sea de preocupar, dos días sentada después de subir y bajar al Campo Base. Además, mi habitación del hotel está en un cuarto piso, y he tenido que subir y bajar unas cuantas veces. Eso también cuenta.
Vamos a lo práctico: ¿qué hacer en Pokhara, además del Olive Café? Será por ofertas, hay miles. Si se viene fresca y descansada, lo obvio es subir a ver la pagoda de la Paz y, al amanecer, subir a Sarangkot para ver el sol reflejado en las cumbres nevadas de los Himalayas. Ninguna de las dos han caído: más que por pereza de andar, por pereza de buscar compañía o contratar un guía. Se comenta que puede ser arriesgado andar sola (o solo) por esos caminos. Verdad o no, no me veía comprobándolo, la gente del trekking con la que me he cruzado ya lo había hecho y, no, para nada tengo ganas de más guías. Demasiado atentos, no más por ahora.
También es casi obligatorio en Pokhara practicar algún deporte rompe-crismas: canoying, rafting, kayaking, parapente y sus variantes. No es lo mío. Otra opción, hacer un trekking a los Himalayas... Vaya, ya está hecho.
Sólo me quedaba, pues, tirar de cultura y sociedad. Paseo en barca de remos (con remero, ¿había dudas?) por el lago Phewa Tal hasta el templo hinduista Varahi Mandir. Extraordinariamente relajante estar por un rato en unas pacíficas aguas, no repetí porque había tormenta. El templo en sí también tiene su interés, instalado en una pequeña isla del lago y muy concurrido por devotos.
Otra opción interesante: visitar la parte vieja de la ciudad. Para ello me hice la intrépida y negocié con un taxista la carrera. 300 rupias me parecieron razonables y me llevó hasta el templo de Bhimsen, con sus tallas eróticas. También me dio la oportunidad de estar un rato en una zona tourist-free (es lo que tiene estar tan lejos de Lakeside, el barrio al lado del lago, lleno a rebosar de tiendas, restaurantes y hoteles), observar a los locales en su ambiente mientras paraba de llover y disfrutar con algunas casas de arquitectura newa, casitas de dos plantas, ladrillo vista, tejados a dos aguas y tallas de madera en ventanas y balcones. Ya con mi gran experiencia en negociación con taxistas pregunto a un individuo bastante guarrete dentro de un coche deshecho cuánto puede salir la carrera a Lakeside. ¡500 rupias!!!! ¡Qué tonto! ¿No se le ocurrió que, tal vez, había llegado allí en taxi y podía saber cuánto era? Por suerte no era mi única opción (aunque estaba más que dispuesta a irme andando toda digna) y unos metros más arriba conseguí el precio razonable y un taxista mucho más limpio.
Esas dos cosas en el mismo día, extenuante... Varias horas de terraza para compensar, y 10 horas de sueño para reponer.
Segundo día entero en Pokhara y hay que espabilar, tengo el deber de ejercer de turistaza. Objetivos: el Museo de la Montaña y el asentamiento tibetano más importante de la zona, Tashi Palkhel. Ambos están por el quinto pino, así que el simpático recepcionista del hotel me vende un taxista que me llevará y me esperará a la salida. Como una lady.
El museo de la Montaña es más que interesante para los aficionados. Describe los pueblos de las montañas nepalíes y de otros lugares del mundo, la geología de los Himalayas y da un repaso a las expediciones más famosas, incluyendo detalles curiosos, como la vestimenta que usaban (anda que no tiene mérito), fotos comparativas de cómo vivían hace 50 años (algo más, serían 50 cuando se fundó el museo) en los Alpes y cómo se vive hoy en día en Nepal, que da como resultado que la única diferencia es el color de la foto, para reflexionar.
La tarde ha sido para el Tíbet. A pesar de que el taxista se ha parado a recoger a su "hermana" y a una amiga (ya hablaré con el del hotel), he llegado a tiempo para asistir a los rezos de la tarde, que acompañan con el sonido de trompetas, entre ellas las famosas trompetas alargadas que tienen que apoyar en el suelo por su peso. Era inevitable hacer comparaciones con el monasterio coreano, más vistoso el rito tibetano, pero más embriagadores los cantos coreanos. En cualquier caso, un buen rato de tranquilidad ganada, porque las encantadoras criaturas que ha recogido el taxista se han pasado el viaje gritando y riendo.
La visita a estos asentamientos se tiene que completar, se quiera o no, pasando por caja. Unos adorables ancianitos tienen sus puestos en el camino al templo, y a la mínima que se les pregunta, te recuerdan lo que sufren en el destierro. Como para no comprar un collar, sin excesivo regateo. Al parecer no tienen muchas más fuentes de ingresos que la artesanía, que no sólo venden en sus asentamientos, sino que también suben a los trekkings y ponen allí sus puestos mientras dura la temporada ese caza de turista.
A la vuelta, casi casi doy un paseo, pero el taxista, compinchado, sin duda, me ha parado justo enfrente del Olive. Hace dos horas. Y aquí sigo.

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