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martes, 15 de octubre de 2013

Nueva actividad: visita al médico

Esto del médico no ha sido para practicar vocabulario, ni porque la idea de ir al bier garten de Sapporo o al museo ainu de repente hubieran dejado de interesarme. No, mi contractura se ha levantado en plena forma y había que buscar una solución, o me esperaban semanas poniendo cara de agonía sólo con levantar la cámara de fotos. Así que la mañana y parte de la tarde que me he pasado entre hablar con los del Sapporo International Youth Hostel (se merecen la publicidad, han sido muy eficientes), el seguro de casa, el contacto del seguro en Tokyo, el taxista, médicos y hasta un traductor, por si acaso, espero que sirvan para algo más que para hacer una investigación de campo sobre el sistema sanitario nipón.

 

En principio, la figura del señor doctor endiosadillo parece ser universal. Sin tocarme la espalda, y a pesar de que le he explicado la problemática del músculo en cuestión y su habitual reincidencia, ha diagnosticado, muy serio, digno y condescendiente, que padecía un problema muscular. No quiero imaginarme lo que facturará por tan complicada deducción. Tampoco ha querido comunicarse conmigo a través del médico-intérprete, que sí sabía bien inglés, pero que, dentro de la jerarquía, seguramente estaba en el subsuelo, por ser unas cuantas décadas más joven.

 

Lo que sí me ha gustado ha sido la prescripción: unas pegatinas, a administrar dos al día, que, receta en mano, me han proporcionado en la farmacia de enfrente. También me ha gustado cómo han llevado todo el proceso, desde la primera llamada al seguro (les haré publicidad cuando cobre el ticket del taxi) hasta la farmacéutica que me ha acompañado casi a la estación del metro: en todo momento, facilidades, simplificación de trámites, amabilidad. Lo dicho, sólo falta que me deje de doler.

 

A cambio, ni cervecera, ni ainus; al salir del médico, asalto a la oficina de turismo para aprovisionarme de mapas de todo Hokkaido y un par de visitas para, al menos, pisar alguna calle de Sapporo. Aviso a navegantes: no es fácil ver el exterior de esta ciudad. De la que, por cualquier razón, haya que pasar por la estación JR, os veréis abducidos por un laberíntico centro comercial: libros, ropa, restaurantes, cafeterías, dulces, todo con tal de no salir al exterior. Se nota que aquí hace mucho frío. Pero, cual Paco Martínez Soria diciendo "la ciudad no es para mí", ese mega centro comercial tampoco ha podido conmigo. Este bol de ramen en uno de los restaurantes de las galerías era sólo para coger fuerzas:


El tiempo no daba para mucho: el antiguo edificio del gobierno de la prefectura, una elegante estructura de ladrillo rojo del año 1888 y que fue durante muchos años una escuela de agricultura.
 
 
 
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
La torre del reloj es ese punto que tienen muchas ciudades en el que todo visitante tiene que retratarse. Aún así, creo que he conseguido alguna foto sin público. Dicen en las guías que es decepcionante: eso siempre depende de lo que esperes. En mi caso, suponía que habría un reloj, por lo tanto, expectativas cubiertas. Cierto que está encajado entre rascacielos, pero tal vez sea ese punto de resistencia en su obstinación por ser pequeño y de proporciones humanas lo que me atraiga de esta sencilla casita de madera.
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
 
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
 
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
Para terminar el día, unas tomas nocturnas frente al centro de la ciudad, con sorpresa televisiva (estaban rodando algún incomprensible concurso infantil).
Siento no poder dar un informe más amplio de Sapporo. No será esta vez: mañana me dirigiré hacia el parque de Daisetsuzan, si el tifón que se acercaba realmente está debilitado y no me da la tabarra demasiado.

 

lunes, 14 de octubre de 2013

Agur, merci, konbanwa. Encuentros y desencuentros

Quién lo iba a decir, que después de estar el sábado de esta guisa en la boda de una amiga, con la maleta a medio hacer...
Día y medio más tarde iba a conseguir llegar medio entera a Sapporo. Con mi cervecita, después de cenar cosas raras del konbini (iba a sacar foto, pero me ha podido el hambre) y pasadita por el onsen bien caliente cual vulgar tamago.
Pero sólo he llegado medio entera, que conste. Los otros trozos estarán en el avión de Airfrance, esos grandes admiradores de los hobbits, que han conseguido que conozca nuevas facetas de lo dolorosa que puede llegar a ser una contractura en la espalda durante 11 horas encajada en su, seguro que muy rentable, instrumento de tortura voladora. Sigue siendo el más barato, aunque no tenía yo ayer el cuerpo de sardina enlatada. ¿Me podría haber colado en mitad de la noche en un butacón de business? Ahora se me ocurre, tarde, muy tarde.
Aún sí, dolorida y comprimida, la cosa se iba animando. Muchos encuentros: japoneses saludándose a reverencia limpia en el aeropuerto CDG (tanta reverencia que, por empatía, mi espalda sufría); el surtido de baños a elegir:
  • para habilidosas
  • para sibaritas

Siguiendo con los encuentros y las funciones básicas: mis botellas de te frío, esa primera bandejita de bento:

Y mil y una conversaciones mezcladas al azar, alguna palabra cazada, muchas miradas de curiosidad (qué hace aquí, ¿esa mochila?, ¿sabrá a dónde va?, ¿americana?, uy, si dice dos palabritas en japonés) , los olores de los restaurantes despistándome por las calles ya nocturnas de Sapporo, atrayéndome y escurriéndose por callejones en tinieblas... tanto, tanto me han distraído que he salido del Youth Hostel a comprar algo para comer y me he perdido como una campeona. A la quinta vuelta al mismo centro comercial he tenido que recurrir al tópico de la japonesa amable, que, fiel a la leyenda de legendaria hospitalidad, me ha acompañado hasta dejarme en zona segura. O puede que yo no me haya perdido ni ella fuera amable, y sólo quisiéramos hablar y caminar en la noche.
Lo que empiezo a tener claro es que me he ganado la cama, y que, casi fijo, mañana Sapporo tendrá muchas cosas que enseñarme. Porque yo venía aquí a algo, estoy segura de ello, aunque ahora no tenga ni la menor idea.