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viernes, 24 de agosto de 2012

Parte 4: Henro por un día (continuación)

Ahora sí, por fin a caminar! Después de haberme pasado un par de días encajada en asientos de avión, mis piernas necesitaban kilómetros de apacibles sendas. No va a ser así exactamente en este recorrido, que es bastante urbano, pero lo disfruté muchísimo.

El primer templo del recorrido es el Ryōzen-ji. Fácil de encontrar al salir de la estación de Bandō, según todas las indicaciones, pero mi precipitación por empezar a andar y a ver cosas hizo que me despistase un poco. Mejor, así tuve la oportunidad de preguntarle a una encantadora señora por la dirección correcta. Parece que, por algún milagro lingüístico, acerté a entender las explicaciones. No sé si he comentado ya que estudio japonés desde hace, digamos, algunos años, poquísimos en comparación con los que me faltan para poder decir que hablo japonés. De momento, "hablo japonés" de supervivencia, aunque a veces tengo conversaciones con inteligentísimos interlocutores que aciertan a remarcarme la palabras clave para que les entienda. Este fue el caso, y he aquí el templo:

 

 
Como se puede apreciar en la foto (a duras penas, ya dije que no soy fotógrafa, pero intento hacerlo lo mejor posible), en la entrada hay un maniquí vestido con el atuendo "oficial" del peregrino, atuendo, que, con diversas adaptaciones, adoptan la mayoría de los peregrinos.
Tanto en este como en el resto de los templos que recorrí había visitantes, peregrinos a pie o en coche. Los jardines, los peces, niños jugando y jizos vestidos con gorros y baberos, todo daba un ambiente cuasi bucólico de sonrisas pacíficas y amables saludos. Me sorprendí al ser saludada por un grupo de escolares de unos 4 o 5 años, que estaban de excursión acompañados por un batallón de adultos responsables (aproximadamente cuatro veces el personal que atendería a la misma cantidad de niños en Europa, un ratio que se repite en casi todos los locales de atención al público en Japón). Lo mismo me pasó cuando un visitante a un templo me hizo un saludo con profunda reverencia. Tal vez sentían cierto orgullo al ver a una extranjera interesada en su cultura. Fuera así o no, para mí era muy agradable, me hacía sentir más viajera que turista. Aunque creo que ser lo uno, o lo otro, es más una cuestión de actitud personal, el poder comunicarte hace que el viaje sea mucho más que una simple colección de postales.
 
 
 
 
 
La jornada avanza entre campos de arroz, templos, hermosas viviendas tradicionales (no siempre japonesas) y alguna que otra curiosidad. Cierto que se trataba de caminar entre templos budistas, pero difícil será que yo me resista a desviarme hacia un torii. Estas puertas de entrada a los templos shintoíntas me fascinan desde antes de verlas en vivo. A veces aparecen gigantescas e imponentes en su color bermellón; otras son pequeñas, en un cruce de calles o en el jardín de una casa, de cemento, blancas, amarillas, naranjas. Esta se asomó entre los árboles, una tímida pero irrechazable invitación.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Y esto? ¿Casas con entramado de madera? ¿Tanto he caminado que ahora estoy en Alemania? Al parecer, la explicación viene de la Primera Guerra Mundial, cuando Japón tomó ciertos territorios de Asia que estaban bajo el dominio alemán y, a consecuencia de esa conquista, retuvo a varios prisioneros alemanes en Naruto, donde se les permitió vivir con relativa libertad. Actualmente hay un museo y un parque conmemorativos.
 
 
Algunas de las fotos que hago tienen una historia más allá del "qué bonito". Y, a veces, se sacaría hasta una novela:
La casa pluscuamperfecta. Los árboles milimétricamente esculpidos, ni una teja movida o con líquen, todo donde, cuando y como debería estar. Qué miedo, no sé si me atrevo a imaginarme lo que pasará dentro de semejante decorado!
 
 
Aquí no lo tenía tan claro. ¿Violencia, juego, hastío, capricho? ¿Un castigo al columpio? O quizás, él mismo, abrumado por la herrumbre, haya decidido que ya no quiere dar más vueltas.
 
 
Sin palabras me quedé al ver las cabezas de los maniquíes. ¿Un descuido, o el producto de un extraño sentido del humor? Me hizo gracia, y a una mujer que me miraba mientras yo miraba las cabezas, también.
 
 
Los indicadores del Henro me devuelven a la realidad:
 
 
Las flechas rojas del henro michi (へんろ 道) me han llevado a Gokuraku-ji, Konsen-ji, Dainichi-ji, y, como final de esta etapa, el interesante Jizō-ji, donde se puede admirar la colección de estatuas de los 500 discípulos de Buda. En la taquilla hay una pareja de ancianos (muy, muy ancianos, quiero creer que son voluntarios, a menudo me sorprende la edad de algunos trabajadores en este país). Les pido una entrada en mi mejor japonés, pero eso no dulcifica en absoluto a la mujer, que me hace sentir como una diablesa extranjera y me gruñe el precio. Él, en cambio, me mira como si hubiese visto la aparición de alguna de las estatuas. ¿Son cosas mías, o le ha chocado ver una mujer sola y balbuceando en japonés? Nunca lo sabré, una pena.
 
Con un sentimiento similar a la satisfacción por el deber cumplido, ahora que ya he llegado al final de la etapa, me deleito paseando por las galerías del templo entre las 500 estatuas. A diferencia de los abarrotados templos de Kyoto, aquí estoy absoluta y completamente sola, así que tengo que apañármelas como una valiente con las amenazadoras miradas de algunos de los discípulos, fieros animales agazapados, juegos de sombras y crujir de madera. No hay mucha luz, así que mi cámara compacta automática no puede hacer gran cosa, esta foto es lo mejor que obtengo de ella.
 
 
Con hambre de ofuro, busco el camino de vuelta a Tokushima y a la charla con Sanae-san. Mañana quiero ir a ver los remolinos de Naruto, y puede que "caiga" alguna cosilla más... Estoy cansada, hay pocos autobuses para volver y no me quiero equivocar, así que vuelvo a hacer prácticas de japonés, y menos mal, porque no me había puesto en la parada adecuada. Aquí, como en cualquier parte del mundo, es fácil encontrar gente amable dispuesta a ayudar. Un alivio al sentarme en el autobús y dejarme llevar hasta la estación del tren; la voz que anuncia las paradas, las conversaciones de los viajeros, todo unido me resulta una música deliciosa, con el gusto de un higo maduro saboreado bajo su árbol en una espesa tarde de verano. Si me quedo dormida, ¿tendré pesadillas con estatuas que cobran vida?
 

jueves, 23 de agosto de 2012

Parte 3: Henro por un día



Una de los planes que tenía para hacer en Shikoku era el Henro 88, al menos probar un poco, una etapa por la zona de Tokushima.
El Shikoku Henro (四国遍路) es un peregrinaje por 88 templos budistas de la isla de Shikoku. Al parecer, es muy popular, yo al menos vi muchos peregrinos, tanto el día que estuve camuflada como tal, como otros días en la isla. De hecho, alguna vez pensé que eran los mismos, una extraña persecución de tipos con sombrero de paja... el vestuario del henro, como se puede ver en las fotos, puede llevar a confusión.



Con los de la primera foto me crucé el día del henro... Y con los siguientes (o son los mismos?) en Takamatsu, varios días después!



Tokushima viene a ser uno de los puntos de partida y finalización más habituales. En una de las oficinas de información turísitica, a la derecha al salir de la estación, te dan un mapa en inglés bastante completo, con información de todos los templos, datos sobre el budismo y algunos consejos básicos. Por ejemplo, si vas con mochila, tal vez quieras dormir en un parque o en una estación (será por eso que hay cojines en las estaciones de tren?). Realmente, esto lo acabo de ver ahora, al repasar el folleto. Lo de los cojines me tenía intrigada, le daban a las salas de espera cierto aire a casa de abuela, pero sin abuela, con un melancólico tono de abandono. En cualquier caso, es una pena, de haberlo sabido antes me hubiera ahorrado unos yenes.


En cualquier caso, el peregrinaje no implica, al menos en mi caso, sacrificios extras, así que para empezar el día me lancé de cabeza al Starbucks de turno a por un buen café y un bollo. Lo del bollo, que antes eran inocentes pastelitos, con un sencillo nombre descriptivo de sus cualidades (bollo de canela, muffin de arándanos) ahora se ha convertido en una pérfida trampa calórica, al añadirle un taimado apellido numérico. ¿Por qué me ponen cuántas calorías tiene un bollo de canela? ¿Qué tienen contra ese bollo? Y, aún más chocante, por qué es necesaria esa sobreinformación en un país donde el sobrepeso es una muy rara avis? Aún así, me lo comí, la tentación me pudo más.
Siempre que entro a un Starbucks en Japón me acuerdo de las explicaciones de Reiko san (mi primera profesora de japonés) sobre la cadena en cuestión, antes de mi primer viaje, y de cómo yo le insistía que no, que no iba a ir a por comida occidental, que si voy a un sitio como lo que se come allí, sin problema. No me imaginaba lo occidental que puedo ser, sobre todo para desayunar. A mi favor que, quien llena estas cafeterías son japoneses, así que, en el fondo, también forma parte de la cultura local.
Se podría pensar que lo mío con esto de los desayunos es puro vicio o capricho. Juzgad vosotros mismos. Este es un desayuno japonés estandar: sopa de miso, pescado frito, encurtidos, algas, verduritas, tofu, arroz... , delicioso, sin duda, pero mi estómago está educado en el café, el bollo, la magdalena. Si puedo, me provisiono de mi dosis diaria de azúcares e hidratos, con numeración incluida. Cuando no he podido, también encantada, hay que saber adaptarse con rapidez.
Otro punto a favor de la multinacional, mal que me pese, es que los condenados de ellos saben dónde instalar sus cafeterías. Cómodos butacones con vistas a una salida de una estación o un cruce de calles concurrido, donde poder repanchingarte, y observar y sacar conclusiones sobre el paisanaje (erróneas, casi siempre)
Este es el caso, vistas a la salida de la estación principal de Tokushima, y, libreta en ristre, anoto casi todo lo que pasa por mi cabeza, algo útil para recordar y para no acabar hablando sola. Una especie que me hace reflexionar especialmente son las salary-women, un término que, por lo que he indagado en google, no parece existir para el género femenino, y sí en cambio para el masculino. Ellas, ajenas o no a esta anomalía, desfilan uniformadas en sus trajes oscuros, rostro decidido unas veces, absortas mirando al suelo en otras. Ellas son, casi siempre, muy jóvenes o muy mayores; hay una franja de edad que desaparece tras alguna misteriosa cortina (familia, quizás). No juzgo, tomo apuntes del natural.

Vuelvo al mundo de edulcorado relax de la cafetería. Otros peregrinos se acercan por el local, veo que no estaré sola por esos caminos de Buda. Todo tiene un fin, incluso los capuccinos "grande", así que habrá que ponerse en marcha. El mapa de los 88 templos está bien, pero poco práctico para guiarse en una etapa de un día. La solución, eficaz y de muy poco peso, unas fotos en el smartphone de las páginas correspondientes de la Lonely:


Obediente a las instrucciones, espero al tren. No sé por qué me da que este es el andén correcto...





Mares de arroz me dan un espéctaculo desde el tren. Aún sin saber que me voy a pasar el día caminando entre ellos, la cámara no da abasto:



Arroz desde el parking hasta el borde del asfalto, desde la puerta de casa hasta las vías del tren, arroz, arroz. Como en otros momentos, esa sensación de que, en Japón, poco se improvisa y nada se desperdicia.
Estas y otras muchas divagaciones acaban al llegar a Bandō. Es la hora, por fin, de empezar a peregrinar. En la estación saco foto de otro par de mapas (nunca sobran).

Pues parece que ya sólo queda empezar a andar, no? Nos vemos en la siguiente entrada!



lunes, 9 de julio de 2012

Parte 2: de Sanae-san

Como iba diciendo, Sanae-san se merece una entrada ella solita, por  majetona-san y por nuestra historia internetera, gran comienzo para una relación.

Por si no se ha notado, no soy un genio de la informática, ni siquiera llego a usuaria de nivel alto. Digamos que soy una "usuaria bien asesorada" (pedazo de asesores que tengo, eso sí, gracias, majos!). Así que, si llego a un hotel después de pasar unas 30 o 40 horas arrastrándome por el globo, con mi primera dosis de calor japonés en el cuerpo (y no mucho calor, sólo el de primavera), un sueño que me dificulta hasta hablar, por no decir lo que me puede costar balbucear en nipón, y pregunto a la amable recepcionista por "interneto, wireless?", enseñando mi iPhone, y esa amabilísima mujer, con cara de haberme entendido, me da un montón de adaptadores-pinchos o lo que sean para enchufar, yo, en ese momento, y, que me perdonen mis asesores, sólo bajo esas extremas circunstancias, me creo que voy a poder conectarme a internet enchufando el teléfono con ese aparatejo (una pena, lo siento, no me daba la vida como para sacarle una foto, pero era algo así, sólo que con más patas, y en vez de a usb, se enchufaba en la corriente eléctrica)



Ahora me río, pero de verdad que no podía con el alma.

Bien pertrechada con el cefalópodo en cuestión, Sanae-san me deja en mi super habitación de 14 tatamis (14 tatamis son muchos tatamis, más explicaciones al final), y listo, sólo queda enchufarme, dar señales de vida vía Skype (después de la cuenta de teléfono del año pasado, que me ha hecho cliente del año de Vodafone, no gasto ni un yen de más) y, por fin, descansar, darme un super baño en mi ofuro, buscar un konbini, dooooooormir.

Pues no funciona. Esto parece un multicargador de móviles, no le veo yo que tenga nada que ver con internet (se ve que fui recuperando el razocinio).

Nada, fácil, fácil. Sólo tengo que bajar a recepción, explicarle que con eso no te puedes conectar a internet, y que no necesito un cargador, sino la clave del wifi, y solucionado el entuerto. ¿Cómo se decía todo eso en japonés? Me da que ese día no fui a clase.

Obviamente, me expliqué de pena. Sanae-san me acompañó a la habitación y probó el aparatejo en todos los enchufes. También comprobó que todos los enchufes funcionaban. Ni por esas, internet que no quería salir por el cable.

Solución 1: pensó que mi teléfono necesitaba otro "cargador de internet", así que se fue a una tienda a comprarme uno.

Solución 2: hasta los de mi nivel informático entenderéis que no sirvió de nada, así que llamó a su sobrina, que al parecer sí entendía de qué iba la cosa, y me dejaron un portátil, todito para mí, para tenerlo en la habitación los días que estuve allí. Para subir mi orgullo informático, conseguí instalarme el skype (sí, ya sé que es una chorrada, pero no lo es tanto si lo tienes que hacer en japonés, fueron unos cuantos clicks intuitivos), y también atiné a que funcionase el micrófono y poder, por fin, dar señales de vida.

Todo esto duró unas dos horas, con conversaciones en japanglish por ambas partes. Ella hacía grandes esfuerzos por decir palabras en inglés, yo sudaba en japonés, todo sin perder la sonrisa en ningún momento. 

El resto de los días, maja, maja, maja. Por las mañanas ambas practicábamos el idioma contrario, con muchas risas. Conseguía explicarle lo que quería hacer, y ella me buscaba información de Tokushima en una guía Lonely que tenía en inglés. Y por la noche, otra charleta para contar las aventuras del día. También me buscó un posible compañero de viaje, pero eso será tema para otra entrada.

Supongo que, quien más quien menos, estará acostumbrado a leer historias sobre la legendaria amabilidad nipona. Cierto, son, así en general y sin tener cifras exactas, muy amables. Cierto también, que gente amable que hace lo que está en su mano para ayudar a un extranjero, aunque no tengan un idioma común, me la he encontrado en Roma, Londres, Palencia, Copenhague, Nueva York,  Berlín, Soria, Polonia, Bilbao... 
Otro hecho es que, como decía un amigo, ser cliente en Japón es ser dios, te tratan muy bien, y por el mismo precio, lo que te dan, en calidad del servicio, e incluso diría que en respeto, es muchísimo más. El choque que te das al volver a occidente es una gran bofetada. Pagando, la amabilidad y el servicio japoneses se elevan a la enésima potencia.

Dicho todo esto, Sanae-san era un encanto, y ya está.




14 tatamis: en Japón, las habitaciones se miden por la cantidad de bloques de tatami que hay en el suelo. Cada bloque mide... 90cm x 180cm x 5cm (gracias, wiki, http://es.wikipedia.org/wiki/Tatami). No hay que sacar el libro de EGB o ESO, así a ojo ya sale que era una habitación grandecita.

Ofuro: resumiendo, http://es.wikipedia.org/wiki/Ofuro. Lo que no llega a expresar la wiki es el inmenso placer que se siente dejándote reblandecer en agua muy caliente. La opción onsen o rotenburos (vosotros mismos, sólo hay que escribirlo en google, OK?) es más ecológica, por eso de que es compartido, ya os enseñaré unos cuantos, todo a su debido momento.

Konbini: tiendas tipo 7eleven, versión japonesa http://es.wikipedia.org/wiki/Tienda_de_conveniencia. Fuente de subsistencia para muchos, aunque los supermercados a mí me divierten más, hay mucha comida que no sé lo que es y nunca se ofendió nadie por que sacase miles de fotos de extraños alimentos, o lo que quiera que fuesen.












miércoles, 4 de julio de 2012


Parte 1: un largo viaje y Sanae-san

¿Cuántas horas se puede tardar desde Bilbao a Tokushima? Otra forma de medirlo serían cuántos capítulos de Guerra de Tronos pude leer, cuántas historias inventadas sobre compañeros de vuelo o cuántas deducciones de innegable calidad estadística sobre eficiencia europea o sobre el nivel de vida en Japón, sus usos y costumbres.

Veamos: estás en un aeropuerto europeo, pongamos que el de Bilbao, así, lo primero que se me ha ocurrido, y a diez minutos de tu hora de embarque, las pantallas siguen inmutables anunciando los vuelos que salieron hace 4 horas. Mantengo la calma, esto es así.
Visto que las pantallas siguen enclavadas en el pasado (no vamos a hacer fáciles alegorías sobre Europa),  la solución es lanzar por megafonía, en correctísimo castellano, pero nada más, que, por favor, los pasajeros con destino a París se dirijan, urgentemente, a la puerta de embarque número 8 (urgentemente, porque es sabido el poder adivinatorio de los pasajeros en estos casos, es que no sé en qué estaban pensando que todavía no habían ido a la puerta en cuestión). Con resignación cristiana, hago memoria de cómo se dice 8 en francés para ayudar a un pobre ciudadano galo a llegar a la puerta y obedezco, qué remedio. Bonita forma de tomar el vuelo número 1 de los Xmil medios de transporte hasta llegar a Tokushima.
Ayuda a tomárselo con calma el hecho de que me encante coger aviones, trenes, barcos, autobuses, monopatín o lo que haga falta para trasladarse. Me lo paso pipa, porque es por una buena causa: viajar!, si fuera por trabajo, no sé si le vería tanta gracia. Y otro gran aliciente es no tener nada que hacer.  Tú te subes al avión, te acomodas en tu sitio como puedes, y sin más, 11 horitas libres. Habrá a quien le parezca una simpleza, alguien sin compromisos familiares o animales puede disponer de vez en cuando de 11 horas libres seguidas, de golpe. Cierto. Pero en mi caso, no lo consigo. 11 horas sin hacer nada, y despierta? No recuerdo. Dormida tampoco, no hay forma de enganchar tanto tiempo soñando (y sueño mucho, tal vez me levantaría más cansada). Lo he intentado, de verdad. Incluso algún médico me ha sugerido que "baje el ritmo". Inútil, no me sale. Salvo que me metan en un avión, ahí lo consigo con deleite y regodeo. 
Lo que no pude evitar fue sacar mis conclusiones personales antes de quedarme dormida (actividad mental cuenta?).
Ubicación: zona de embarque del aeropuerto Charles de Gaulle. Vuelo París-Tokyo. Pasajeros: así a ojo, 90% japoneses, de los cuales, pinta de andar bien de pasta, 90%. O eso o las bolsas enormes de tiendas carísimas de trapitos parisinos estaban llenas de baguettes, que lo mismo lo hacen para mantener la imagen de oriental forrado, a tanto no llegué. Porcentaje de europeos en clase business, lujo o  relujo: 0%. Discretos que somos.
Agotada tras tanto esfuerzo, hice lo posible por dormitar durante el vuelo, para ver si esta vez ganaba la partida al jet-lag. Unas turbulencias demasiado turbulentas por Siberia y una occidental con tos persistente  me lo pusieron difícil, pero algo, algo, ya dormí. Falta me iba a hacer, porque el itinerario seguía tal que así:
Tokyo Narita-Tokyo Haneda-avión a Takamatsu-autobuses a Tokushima-Tokushima station hotel.

Tokyo Haneda: bien, letreros en japonés! Voy a practicar, por la cuenta que me trae! Bien, soy la única occidental del avión, qué ilusión!!!! Ya veis, una viajera agradecida que disfruta con cosillas simples. Más que la única occidental, era de las únicas viajeras, íbamos cuatro nekos y yo, no había mucho movimiento a Shikoku, al menos en avión.
¿Qué veo, un avión de Picachu? ¿O es Pokemon? ¿O los dos? (que yo me quedé en Heidi y Mazinger Z) ¡Quiero, quiero!!!!



Takamatsu airport: pero qué simpáticos! O sea, que si te pierden la maleta, te puedes meter en este cuenco de sanuki tamaño ofuro, muy práctico, sí señor!



Autobuses a Tokushima: aquí ya me va fallando un poco la neurona  que mantengo despierta para casos de emergencia. Lo típico: tú te has levantado en otro continente, has ido por el mundo mochila en ristre con toda la ilusión, has desayunado o comido o cenado o desayunado... No, ya no sabes lo que toca, pero tienes muy bien apuntado dónde te tienes que bajar de un autobús y dónde coger otro, crees firmemente en la veracidad de tus datos, aunque estés en un extraño lugar llamado Yume City (la versión japonesa de un experimento genético para cruzar una zona comercial con un polígono industrial), y tienes hambre. Así que pillar nutrientes, reconfirmar la hora local y el horario, y esperar. Pobre mochila, agotada estaba.



Tokushima station hotel: hace honor a su nombre, y está al lado de la estación, un detallazo. Ahí, a la derecha del callejón, habitación de 14 tatamis, quién lo diría.



Dentro, esperándome, Sanae-san, rebautizada como majetona-san, que se merece otra entrada. Así será!











sábado, 23 de junio de 2012

De Shikoku a Okinawa: mayo de 2012



Parte 0: ¿Por qué Shikoku? ¿Por qué Okinawa?



Es una de las preguntas que más he oído durante este viaje, hecha, generalmente, por los propios habitantes de Shikoku y Okinawa (más común en Shikoku). Y no creo que a Sane-san (de Tokushima) o a Ai-san (Akajima) no les pareciese que su tierra no era un lugar digno de visitar, pero digamos que, por el momento, no aterrizan por esos lares muchos occidentales, menos europeos, y aún más raro mujeres viajando en solitario. Al menos, no tantos como se pueden ver en Tokyo o Kyoto.

Para mí una de las razones más obvias ha sido esa: aún quedan lugares donde te reciben con cierta sorpresa, curiosidad, y se  acercan a preguntarte de dónde vienes, cómo es tu país o cómo es el mar allí donde tú vives (qué pregunta, eh?)

Confieso que, al ser el segundo viaje a Japón, ya me había dado una vuelta exhaustiva por el "itinerario básico": Tokyo, Kyoto, Miyajima, Hiroshima, Kobe, Takayama, Nikko, Kamakura. Pero aún así, incluso en ese viaje anterior (si esto del blog sigue, algún día lo mismo lo cuento y todo) no me pude resistir a buscar el más allá, que sí sale en las guías (CASI todo sale en las guías), aunque no suele ser la portada. Así que me perdí una semana por los bosques del Kumano Kodo, en la península de Kii Tanabe, embarcada, una vez más (hay que ver con qué obstinación peregrinamos algunas ateas), en una peregrinación, a la busca de "donde Buda perdió la boina". Encontré la boina, y también gente encantadora, paisajes de míticas brumas, y disfruté tanto como había disfrutado en los templos y en las callejuelas de Kyoto o a la luz de ciencia ficción de los letreros de las tiendas de Akihabara.

Vista, pues, la experiencia anterior, la preparación del viaje parecía fácil: se coge el mapa de Japón, se extiende en la mesa de la cocina,  se añaden una guía de las gruesas y un poco de investigación internetera y listo!!!!! En quince días voy a Hokkaido, me hago un par de parques naturales, luego me voy a dar una vuelta por Shikoku, de ahí a Yakushima y, revoloteando alegremente, me bajo hasta Okinawa a darme unos baños. En el mundo real, resultó que en Hokkaido todavía había mucha nieve en mayo, ir y volver a/de Yakushima llevaba su tiempo, tampoco acerté la combinación de los euromillones, así que, "sólo" Shikoku-Okinawa. 

Espero que en posteriores entradas se vaya aclarando el por qué.  Para mí, desde luego, ha sido un viaje fantástico y enriquecedor,  así que haré lo posible para transmitir parte de las sensaciones que he respirado. Por si acaso, voy a aclarar que no soy, ni de lejos, la que más sé de nada, y menos de Japón. En principio, mi prioridad serán las vivencias, y no tanto los datos técnicos o estrictamente históricos de los lugares que he visitado. Para eso ya hay un montón de información en la red. Intentaré evitar incorrecciones e inexactitudes, pero las habrá. Disculpas de antemano y se agradecen sugerencias.

Sobre las fotos, por ahora mis amplios conocimientos están en el nivel "hacer click a ver qué tal sale". Es una pena, cierto, no hacen justicia, me voy a poner seria con eso y aprenderé algo más. Pero en este viaje, lo dicho, "click". Estoooo, bueeeeeno, tal vez haya retocado un poquito, pero, al igual que con el click, tampoco tengo ni idea, son pruebas a ver qué tal sale. El mérito siempre será del campo de arroz, el mar, el río, la niña viendo dibujos en la tele... Yo me limité a pasar por ahí.