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sábado, 19 de octubre de 2013

Por tierra, agua y aire

Por tierra: datos, interesantes o no, sobre conducir en Japón. Como me presupongo que la mayoría, si va a conducir, alquilará el coche aquí (si queréis venir por tierra con vuestro coche, creo que hay un ferry desde Vladivostok, que no sería el primer caso), empezaré por desmitificar el tema del precio. Caro, pero no tanto, depende, por supuesto, del coche, y de los días que lo queráis. Así, puede llegar a salir por unos 50 euros al día, que es lo que te viene a costar en muchos sitios de Europa y, mira, también en Chile, pero aquí la calidad es infinitamente superior.

GPS, más conocido como navigator. Un infierno, al menos el de mi coche. De hecho, aún no sé cómo funciona. No tiene menú en inglés, así que le introduzco el dato del destino, tal y como me enseñó una de las trabajadoras del anterior hostel: pulsar Navi, luego el tercer botón, meter el número de teléfono de la dirección a la que vas, y dar al botón de la derecha. "¿Segura qué no hay que hacer nada más?", contesté, más bien incrédula. "Sí, sí, ya está." "¿Y con eso me sale la voz en inglés?", esa americana tan maja que me avisa con mogollón de tiempo de que tengo que "turn left in 400 hundred meters", pero sin pronunciar la "t", del mismo Arkansas ella. "Sí, sí, ya está" perdiendo la escasa paciencia que tenía, poco don de gentes para trabajar en un hostel. Pues no, no es suficiente, para que me hable y me salga el mapa, le tengo que dar a un montón de botones más, que nunca recuerdo, y apagar y encender el motor, la solución infalible, el mejor invento de la humanidad después de las lavadoras e internet (curiosamente, muy útil para que funcione el segundo). Pensaréis que en la oficina de alquiler me podían haber explicado... Podría haber sido así, pero no, no sabían inglés, me hicieron el favor de buscarme el teléfono del hostel, tocaron esos botoncitos mágicos, surgió la voz de miss Arkansas y, al salir del garage, como al salir de Rivendel, "Mordor, Gandalf, left or right?". Así llegué a mi primer destino, y supuse que ya me las arreglaría en los siguientes. Me las arreglo, pero sigo sin saber cómo. Encontraréis más datos sobre estos navi nipones en los foros (ahora los he leído, a buenas horas). Para ir a destinos sin teléfono tienen unos "map code" que, al parecer, facilitan en las oficinas de turismo.

Estilo de conducción: atención, estimado público. Hecho: en Japón no hay rotondas. Al menos, no en Hokkaido, y llevo unos 500 kms hechos. ¿Cómo se las arreglan? Pues como buenamente pueden, claro. En los cruces, el semáforo verde te da derecho a ir de frente, y si quieres ir a derecha o izquierda, esperas a que haya hueco. Por ahora no he visto tráfico muy denso, ni en Sapporo, así pueden funcionar que si no... Y si alguien creía que con lo educados que son, discretos, celosos de expresar sus sentimientos, no iban a usar el claxon, nada, otro mito destruido. Lo usan. No me preguntéis por qué lo sé, pero lo usan. Algunos semáforos en rojo, al igual que en el resto del mundo, son optativos. Lo que sí tienen es dedo para marcar el intermitente, ese que mucha gente tiene atrofiado en Europa y América.

Límites, señalización: hoy me he percatado de que las señales de stop no son hexagonales, sino triangulares, como las de ceda el paso. No questions, please. En cuanto a los límites de velocidad, había leído que en Hokkaido había muchos accidentes, en comparación con el resto de Japón, y que eran muy estrictos con los controles de velocidad. Se van a forrar a multas, porque si pones límite de 50 kms en una carretera secundaria y de 70 en una autovía, eso es utópico y puro afán recaudatorio. Ah, y 80 en la autopista, pero estaba lloviendo, ya veré lo que se puede si no llueve.

Toda esta chapa, por si a alguien le resulta útil y para descargar mis divagaciones, porque yo creo que la americana no es muy charlatana, sólo le interesan los cruces, va a lo suyo, por suerte para mí. Que no se entere de que hoy no me fiaba de ella y he sacado un par de veces mi GPS de monte, por comprobar si íbamos a donde íbamos o a Vladivostok.

Si no os interesa el tema de las tribulaciones automovilísticas: hoy he recorrido 200 deliciosos kms. por el norte de Hokkaido, desde Daisetsuzan hasta el parque nacional de Akan, y ha sido fantástico. El día fresco, soleado y despejado; los paisajes, abrumadores. Colinas suaves coloreadas con un collage de otoño, tantos tonos en una misma ladera, todas las gamas del ocre, los verdes, unas motas de negro de los abetos. Por encima de la colinas, formando coronas y murallas, las cumbres nevadas, brillantes bajo el sol frío. El primero que se me ha insinuado, el Asahidake:

Tendréis que creerme los tonos de las montañas, porque no podía parar más que a lo básico, era un camino largo. También creeréis, espero, que hay una gran, enorme, ingente cantidad de granjas y tierras de cultivo. Que apenas hay toriis (con lo que me gustan), y que las viviendas son casi todas estilo occidental, hay muy poco jardín tradicional japonés, ni tejados grises con las puntas redondeadas. En muchos rincones se podría pensar que estaba en otro país. Es lo que pasa con los tópicos.

Por agua: después de tanto coche, he llegado al hostel suplicando por caminos para hacer aruite, aruite (andando). ¿Os acordáis del señor aquel de Karate Kid, el que cazaba la mosca con los palillos? Debe ser que dejó en cine y puso un hostel aquí, igualito, igualito. Si cojo confianza daré pruebas gráficas. Bien, él me ha dicho de un rotenburo en el lago, a media hora del hostel. Rotenburo, no hay que decirme más. Luego resultó que era "el" rotenburo, uno que sale en las fotos promocionales con unos cisnes y unas japonesas muy moñas bañándose. Mis fotos son otras:

Lago Kussharo-Ko, con la isla Naka jima en el centro
El rotenburo Wakoto, al sur del lago Kussharo

Este rotenburo es "medio" salvaje. No hay taquillas, ni duchas, sólo una caseta de madera por si alguien se quiere desnudar dentro. Es mixto, claro, aunque hay una pequeña división entre zona de hombres y de mujeres. Para mí ha sido de los mejores en los que he estado, una paisaje tan delicadamente bello, el lago, la isla, las montañas...

Por aire: entonces, cuando estaba disfrutando del agua caliente, del cielo increíblemente limpio, han pasado los cisnes volando.

Bueno, pues ya está hecho el día.

 

 

viernes, 24 de agosto de 2012

Parte 4: Henro por un día (continuación)

Ahora sí, por fin a caminar! Después de haberme pasado un par de días encajada en asientos de avión, mis piernas necesitaban kilómetros de apacibles sendas. No va a ser así exactamente en este recorrido, que es bastante urbano, pero lo disfruté muchísimo.

El primer templo del recorrido es el Ryōzen-ji. Fácil de encontrar al salir de la estación de Bandō, según todas las indicaciones, pero mi precipitación por empezar a andar y a ver cosas hizo que me despistase un poco. Mejor, así tuve la oportunidad de preguntarle a una encantadora señora por la dirección correcta. Parece que, por algún milagro lingüístico, acerté a entender las explicaciones. No sé si he comentado ya que estudio japonés desde hace, digamos, algunos años, poquísimos en comparación con los que me faltan para poder decir que hablo japonés. De momento, "hablo japonés" de supervivencia, aunque a veces tengo conversaciones con inteligentísimos interlocutores que aciertan a remarcarme la palabras clave para que les entienda. Este fue el caso, y he aquí el templo:

 

 
Como se puede apreciar en la foto (a duras penas, ya dije que no soy fotógrafa, pero intento hacerlo lo mejor posible), en la entrada hay un maniquí vestido con el atuendo "oficial" del peregrino, atuendo, que, con diversas adaptaciones, adoptan la mayoría de los peregrinos.
Tanto en este como en el resto de los templos que recorrí había visitantes, peregrinos a pie o en coche. Los jardines, los peces, niños jugando y jizos vestidos con gorros y baberos, todo daba un ambiente cuasi bucólico de sonrisas pacíficas y amables saludos. Me sorprendí al ser saludada por un grupo de escolares de unos 4 o 5 años, que estaban de excursión acompañados por un batallón de adultos responsables (aproximadamente cuatro veces el personal que atendería a la misma cantidad de niños en Europa, un ratio que se repite en casi todos los locales de atención al público en Japón). Lo mismo me pasó cuando un visitante a un templo me hizo un saludo con profunda reverencia. Tal vez sentían cierto orgullo al ver a una extranjera interesada en su cultura. Fuera así o no, para mí era muy agradable, me hacía sentir más viajera que turista. Aunque creo que ser lo uno, o lo otro, es más una cuestión de actitud personal, el poder comunicarte hace que el viaje sea mucho más que una simple colección de postales.
 
 
 
 
 
La jornada avanza entre campos de arroz, templos, hermosas viviendas tradicionales (no siempre japonesas) y alguna que otra curiosidad. Cierto que se trataba de caminar entre templos budistas, pero difícil será que yo me resista a desviarme hacia un torii. Estas puertas de entrada a los templos shintoíntas me fascinan desde antes de verlas en vivo. A veces aparecen gigantescas e imponentes en su color bermellón; otras son pequeñas, en un cruce de calles o en el jardín de una casa, de cemento, blancas, amarillas, naranjas. Esta se asomó entre los árboles, una tímida pero irrechazable invitación.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Y esto? ¿Casas con entramado de madera? ¿Tanto he caminado que ahora estoy en Alemania? Al parecer, la explicación viene de la Primera Guerra Mundial, cuando Japón tomó ciertos territorios de Asia que estaban bajo el dominio alemán y, a consecuencia de esa conquista, retuvo a varios prisioneros alemanes en Naruto, donde se les permitió vivir con relativa libertad. Actualmente hay un museo y un parque conmemorativos.
 
 
Algunas de las fotos que hago tienen una historia más allá del "qué bonito". Y, a veces, se sacaría hasta una novela:
La casa pluscuamperfecta. Los árboles milimétricamente esculpidos, ni una teja movida o con líquen, todo donde, cuando y como debería estar. Qué miedo, no sé si me atrevo a imaginarme lo que pasará dentro de semejante decorado!
 
 
Aquí no lo tenía tan claro. ¿Violencia, juego, hastío, capricho? ¿Un castigo al columpio? O quizás, él mismo, abrumado por la herrumbre, haya decidido que ya no quiere dar más vueltas.
 
 
Sin palabras me quedé al ver las cabezas de los maniquíes. ¿Un descuido, o el producto de un extraño sentido del humor? Me hizo gracia, y a una mujer que me miraba mientras yo miraba las cabezas, también.
 
 
Los indicadores del Henro me devuelven a la realidad:
 
 
Las flechas rojas del henro michi (へんろ 道) me han llevado a Gokuraku-ji, Konsen-ji, Dainichi-ji, y, como final de esta etapa, el interesante Jizō-ji, donde se puede admirar la colección de estatuas de los 500 discípulos de Buda. En la taquilla hay una pareja de ancianos (muy, muy ancianos, quiero creer que son voluntarios, a menudo me sorprende la edad de algunos trabajadores en este país). Les pido una entrada en mi mejor japonés, pero eso no dulcifica en absoluto a la mujer, que me hace sentir como una diablesa extranjera y me gruñe el precio. Él, en cambio, me mira como si hubiese visto la aparición de alguna de las estatuas. ¿Son cosas mías, o le ha chocado ver una mujer sola y balbuceando en japonés? Nunca lo sabré, una pena.
 
Con un sentimiento similar a la satisfacción por el deber cumplido, ahora que ya he llegado al final de la etapa, me deleito paseando por las galerías del templo entre las 500 estatuas. A diferencia de los abarrotados templos de Kyoto, aquí estoy absoluta y completamente sola, así que tengo que apañármelas como una valiente con las amenazadoras miradas de algunos de los discípulos, fieros animales agazapados, juegos de sombras y crujir de madera. No hay mucha luz, así que mi cámara compacta automática no puede hacer gran cosa, esta foto es lo mejor que obtengo de ella.
 
 
Con hambre de ofuro, busco el camino de vuelta a Tokushima y a la charla con Sanae-san. Mañana quiero ir a ver los remolinos de Naruto, y puede que "caiga" alguna cosilla más... Estoy cansada, hay pocos autobuses para volver y no me quiero equivocar, así que vuelvo a hacer prácticas de japonés, y menos mal, porque no me había puesto en la parada adecuada. Aquí, como en cualquier parte del mundo, es fácil encontrar gente amable dispuesta a ayudar. Un alivio al sentarme en el autobús y dejarme llevar hasta la estación del tren; la voz que anuncia las paradas, las conversaciones de los viajeros, todo unido me resulta una música deliciosa, con el gusto de un higo maduro saboreado bajo su árbol en una espesa tarde de verano. Si me quedo dormida, ¿tendré pesadillas con estatuas que cobran vida?