jueves, 28 de noviembre de 2013

Alojamientos en Japón-Corea del Sur: lo que tripadvisor no te contará

Por una vez, voy a dar unos cuantos datos prácticos, algo que no suelo hacer, porque me parece que es bastante fácil tener información sobre los sitios a los que he ido en este viaje (siempre podéis preguntarme lo que sea, que soy algo despistada y doy muchos datos por sabidos, o escribo con prisas y no me explico todo lo que debería)

En cuestión de alojamientos, las opiniones de primera mano sí me parecen muy importantes. Soy una tiquismiquis y miro muy bien dónde voy a poner mi mochilón a reposar; tiquismiquis no quiere decir lujos, esta vez he tirado mucho de youth hostel ("yusu josteru" en pronunciación japonesa, por si tenéis que preguntar direcciones), sino más bien intentar sacar el máximo provecho a mis yenes/wones y tener cierta seguridad de que voy a ser bien tratada.

¿Qué tipo de hotel he buscado en este viaje?

Japón: wifi, tatami, onsen-rotenburo, barato-barato. El wifi era requisito indispensable, las otras características, todas a la vez, era trabajoso encontrarlo. Todo son habitaciones privadas, salvo en el templestay. En Corea del Sur no me resistí a probar un hanok, vivienda tradicional, y quedé más que contenta. Tirando siempre para abajo en el presupuesto, pero rebuscando, se encuentran buenas opciones. Hay que agradecer que en estos dos países una habitación individual sí es a precio de individual, y no como en Europa, que pagas la doble. Así, los precios han rondado desde los 20-30 euros (sin desayuno), hasta los 60 (con desayuno y cena). Reconozco que la abeconomía y el yen menguante han ayudado a mi presupuesto: si el año pasado, en mayo, me llegaron a dar 80 yenes por un euro, este año los cambié a 129 yenes. ¡Todo un subidón para los europeos!

Sobre tatami o no tatami, es decir, habitación estilo japonés (washitsu) o habitación con cama, estilo occidental (youshitsu), yo siempre recomiendo, al menos, probar. Si vas a un país y duermes y comes lo mismo que en tu casa, te estás perdiendo una parte muy importante de su cultura. Para mí es comodísimo dormir en futón, pero hay casos de incompatibilidad manifiesta, tampoco es cuestión de sufrir en  el intento de inmersión cultural. Es como mi extrema occidentalidad a la hora de desayunar, aunque este año aguanté bastante bien, será que me voy adaptando.

Dicho lo cual, vamos a criticar (ruido de manos frotándose y risa malévola con eco de fondo):

Sapporo International Youth Hostel: no tenían habitación individual con tatami, pero sí un buen onsen, wifi en la zona común y máquinas expendedoras para tomar esa cervecita después de un duro día. Bastante bien comunicado, a escasos cinco minutos de una parada de metro, en una zona tranquila y con abundancia de konbinis, supermercados y tiendas varias. Hay desayuno japonés por unos 600 yenes, pero no puedo comentarlo, opté por el nada sano bollo y café de lata de máquina (no está tan malo como suena). Extra: me gestionaron a la perfección la visita al médico por la contractura. Me buscaron un médico, llamaron al taxi, recibían las llamadas de mi seguro, hasta me imprimieron en inglés la información sobre la clínica. Totalmente recomendable.

Dasisetsuzan Shirakaso Youth Hostel: fantástico youth hostel, casi a nivel de ryokan. Habitación washitsu, onsen y rotenburo, desayuno y cena japoneses, bonito edificio, wifi, entorno espectacular, a los pies del monte Asahidake. Única pega: una tipa un poco borde. Ya comenté en su momento que mostraban un interés muy grande en que llegase a tiempo al siguiente destino, que me podía ir sin desayunar si quería, que podía cancelar en cualquier momento sin cargos... Vamos, que había caído una pedazo tormenta de nieve,  estaba yo sola en el hostel y  no cubrían gastos conmigo. Se siente, así son los negocios. No era todo el personal el que insistía, sólo una tipa, bastante desganada y con poco interés por ayudar, en general, tampoco quiso echarme un cable con la programación del navigator (GPS). Aún así, está muy bien, tanto el lugar como las comidas, por no hablar de esos baños en el rotenburo, de noche, con la nieve cayendo... En fin, a mí eso me compensa, yo volvería sin duda.

Daisetsuzan Shirakabaso


Kussharo Genya YGH: otra joya de hostel, deliciosa comida, gran emplazamiento, muy buen ambiente, creado en parte por su personal y en parte por su arquitectura, un curioso edificio piramidal en el que las habitaciones se encuentran formando un círculo en la segunda planta, alrededor de un espacio central en la primera, en el que se dan las comidas o simplemente se pasa el rato viendo un partido de beisbol. Tal vez las instalaciones sean un poco básicas y estén algo viejas, pero todo funciona como tiene que funcionar y, repito, la comida es un lujo. Si hay dudas sobre qué hacer o a dónde ir, las resuelven amablemente. Todos los días Dai Watanabe, el "enlace" con los extranjeros, me buscaba sitios para visitar y me programaba el navegador (incluso habla unas palabritas en castellano). El que un rotenburo tan especial como wakoto esté a sólo media hora andando es sólo un añadido más a este gran hostel. Está claro que lo recomiendo, ¿no?

Hotel Area One Chitose: se trataba de pasar la noche cerca del aeropuerto, después de un día de carretera, así que elegí la opción "no complicarme mucho la vida" e ir a tiro fijo a un hotel business. En otros viajes en Japón he estado en los de la cadena Toyoko Inn y en los Dormy Inn, son un valor seguro. Para quienes conozcan la versión occidental de estos hoteles, advierto que no, no es lo mismo que un cutre-Ibis. El concepto sí, hotel de negocios, pero la forma de materializarlo no, estos están mucho mejor. Puede que las habitaciones sean algo pequeñas, como también lo son en los business de aquí  (no la de Area One, para ser individual estaba más que bien), pero la limpieza, la calidad de los materiales, la comodidad, el servicio, años luz. Detalle: onsen en la azotea, con sauna y cantidad de amenities, fabuloso. También hay que añadir el plus de ver la cara que ponen cuando les aparece una tipa cargando una mochila y pinta de acabar de bajar de las montañas después de sobrevivir a base de bellotas un mes. Con decir que no me reconocían después de pasar por la ducha y cambio de ropa...

Sukawa onsen: a los pies del monte Kurikoma, parece que está el Sukawa onsen. Digo parece porque entre la niebla y la lluvia, no vi el monte, sólo el onsen, pero habrá que fiarse de lo que dicen los mapas. Aterricé por aquí gracias a Megumi, que reservó habitación para que hiciésemos noche antes de subir al Kurikoma. Como podréis comprobar al entrar en su web Japanese only, es algo complicado dar con este sitio si no hablas y lees japonés, pero os animo a intentarlo: tiene un ambiente especial, años 60, quizá, o incluso 50, de la época en la que la mayoría de sus clientes fueron jóvenes. Habitaciones grandes, onsen y rotenburo enormes, gran comedor y grandes también las raciones. Absoluto aislamiento informático: ni wifi, ni ordenadores, ni nada parecido. Por un día, se puede sobrevivir, ¡ánimo!, yo pude. Aquí también encontré la respuesta a una pregunta que me venía haciendo desde hace algún tiempo, dónde vivía el personal de estos lugares ubicados en las proximidades del quinto pino. Fácil: en el propio hotel-onsen-ryokan. Incluso hay un montón de historias sobre madres solteras que se solucionan la papeleta viviendo y trabajando en estos lugares.

Gowoondang Hanok Guest House: complicado, si no imposible de pronunciar, lo sé. Irrelevante dificultad, el encanto de este hanok puede con todo. Muy bien cuidado y decorado con mucho gusto, las habitaciones están dispuestas alrededor del patio central, al que también da el comedor y los baños. Pequeñas, sí, claro, recordemos que estamos en una casa tradicional, para lujos están los hoteles de cinco estrellas. Aquí no sólo cuentan con el encanto de la construcción, también con el de sus anfitriones, Mr. Kim y su mujer, la cocinera encargada de preparar los suculentos desayunos (kimchi incluido, hace falta un poco de valentía para empezar el día con picante, pero mira, así espabilas fijo fijísimo). Mr. Kim habla algo de inglés y un japonés más que fluido, lo que me dio pie a pasar un momento divertido cuando atropellé unas frasecillas en japonés y el hombre flipó a colores. Gowoondang está a realmente cinco minutos andando de una parada de metro, en una zona llena de restaurantes, cafeterías, tiendas y mercados, y muy cerca de uno de los famosos palacios de Seúl, el Gyeongbokgung. Al igual que en las habitaciones estilo japonés, en los hanok se duerme en el suelo (que se calienta a través del sistema ondol, un invento coreano), sobre un colchón muy fino, en algunos casos no más grueso que un edredón. Así pues, si esto os representa un problema, mejor dejad los hanok para la visita turística. Si no es así y os veis con ánimo de zambulliros en la cultura coreana, espero que disfrutéis de este lugar, y dad saludos de mi parte a mi habitación, Fortune.








Golgulsa templestay: como ya conté aquí, lo de alojarse en un templo en Corea del Sur es bastante más que cama (suelo) y comida. El programa empezaba a las 4 a.m. y terminaba a las 20:00, así que nadie se me vaya a plantear los templos como una alternativa de alojamiento, porque se llevaría un buen chasco. Sí quiero comentar el aspecto práctico de la estancia en Golgulsa, por aquello de dar información de primera mano. El acceso al templo desde la parada de autobús puede ser algo pesado acarreando mochila (aún peor si arrastras maleta, por lo que me contó una chica): es una media hora andando por una carretera que pasa por un par de empresas químicas, algo que me desconcertó un poco, porque en su publicidad hablan de un templo en las montañas. Por suerte, el templo está subiendo una cuesta y medio escondido en el monte, por lo que las fábricas desaparecen de la vista. El primer edificio según entras al recinto a la derecha es la recepción, donde te cobran por adelantado (en metálico), te dan las instrucciones básicas, el programa de actividades y te acompañan a tu dormitorio, que puede estar en alguno de los edificios que se encuentran repartidos por todo el complejo (también te dan un mapa, al principio es normal el despiste). Las habitaciones son compartidas, con rigurosa separación hombres-mujeres, y al estilo tradicional coreano: dormir en el suelo (sobre un edredón demasiado fino, si no consigues juntar dos edredones de colchón puede ser incómodo) y con la calefacción ondol. Ducha caliente, eso sin problema, y comida vegetariana coreana. Leyendo en blogs antes de ir, encontré bastante gente quejosa por lo de no poder dejar nada de comida en la bandeja... Veamos, somo adultos, ¿no? Si es un buffet, coge de lo que te guste y que realmente te lo vayas a comer, no porque estés en un templo, sino por educación. Y si la fuente de verduras es sospechosa, prueba antes de llenarte el plato hasta los bordes. De hecho, el letrero de "coge sólo lo que te vayas a comer" lo he visto en más sitios en Corea, me parece una norma básica de comportamiento. Sobre el wifi, como se trata de meditar y dar pataditas, no lo han visto muy necesario, sólo hay en la sala de entrenamiento, y no te miran muy bien si estás ahí a deshoras dándole a la tecla.

Nahbi Guesthouse: el alojamiento perfecto en Gyeongju por unos escasos 20 euros. Habitación privada con baño (grande, grande, al menos para una persona), wifi, céntrico e, incluso, un desayuno básico self-service. Todo un modelo de cómo se pueden hacer bien las cosas sin complicarse mucho la vida: letreros por todas partes con información de autobuses, horarios de checkins, contraseña del wifi, mapas, desayunos... Todas las dudas resueltas sin tener que preguntar a nadie, de esta forma el que parecía único miembro del personal se podía dedicar a limpiar a fondo. Atención: buscan gente para trabajar 4 horas al día, a cambio de poder alojarse en el dormitorio común, por si alguien quiere aprender coreano y tener cama asegurada.

Apple Backpackers: elegí este hostel por ahorrar un poco, y para ver, aunque fuera de pasada, una zona de Seúl distinta a la del hanok. Error: los comentarios en internet sobre el ruido y el agua fría eran reales. Cierto que son muy amables, y que está a tiro de piedra del autobús al aeropuerto, pero, salvo por eso, no merece la pena. Las ventanas están puestas con chicle y se oyen todos los ruidos de un callejón con restaurantes que hay en la parte de detrás. Tal vez me podrían haber solucionado lo del agua caliente, pero cuando ya estás metida en la bañera, es un papelón salir para intentar conseguir una ducha decente. Además, la idea no es tener que pedirlo, saben de sobra que tienen un problema con el agua.

Sakura Hotel Hatagaya: no me acabó de convencer. Las habitaciones son tipo business, pero intentan darle un estilo mochilero, eso no me parece mal, aunque no me gusta mucho estar rodeada de iguales, prefiero mezclarme con la gente local. Las paredes son hipermegafinas, tanto que oyes hasta la más suave conversación en la habitación contigua. Tuve suerte y no me tocaron vecinos escandalosos, pero esto puede ser un problema. El personal es muy agradable, son atentos y receptivos: en un principio me habían dado una habitación al lado del ascensor, tan al lado que la maquinaria de éste estaba incrustada en la pared, con el consiguiente ruido. Pedí que me cambiasen y no pusieron ninguna pega. Puntos a su favor:  está bastante bien comunicado, a dos paradas de la estación de Shibuya, y por lo tanto de los autobuses a Narita y Haneda, y hay un buen konbini justo enfrente. 

Aquí va el cuadro-resumen (los precios están al cambio de hoy, 138 yenes por euro):


LUGAR
€/noche
WIFI
TATAMI
ONSEN
COMIDAS
¿Volvería?
Sapporo Int'l Youth Hostel
Sapporo
29
Sí**
No
No
Daisetsuzan Shirakabaso Youth Hostel
Daisetsuzan
60
Sí****
Desayuno y cena
Kussharo Genya Youth Hostel
Lago Kussharo
58
No
Desayuno y cena
Hotel Area One Chitose
Chitose
52
No
Desayuno
Sukawa onsen
Mt. Kurikoma
¿?*
No
Sí****
Desayuno y cena
Gowoondang Hanok Guest House
Seúl
45
Sí ***
No
Desayuno
Golgulsa templestay
Golgulsa
34
Sí**
Sí ***
No
Pensión completa
Nahbi Guesthouse
Gyeongju
20
No
No
Desayuno
Apple Backpackers
Seúl
25
No
No
No
No
Sakura Hotel Hatagaya
Tokyo (Shinjuku)
52
No
No
No
No
*Fui invitada por Megumi-san
**Wifi en sala común
***Habitación tradicional coreana
****También hay rotenburo











lunes, 18 de noviembre de 2013

El estrés de la música clásica

Günter, con un ágil movimiento de melena, gira y se dirige al público. La orquesta ha defendido con algo más que dignidad la sinfonía número 5 de Prokofiev: los violines han estado inspirados, el viento ha brillado en los momentos de mayor compromiso, se espera una larga ovación. Él, como director, recibe en primer plano la respuesta del auditorio.

 

Los aplausos se escuchan, pero apenas se ven las manos. El público en pie les tapa. ¿Están en pie en homenaje a los maestros? ¡No! Se están levantando para irse, se ve que hay mucha prisa para llegar a ninguna parte.

 

"Pues yo no pienso moverme", contesto a mi pareja cuando me señala a las personas que intentan salir y que no pueden porque mis piernas se lo impiden. "Que se esperen y me dejen aplaudir en paz". Años de estudio, desde la infancia, el riesgo de elegir una profesión tan difícil, horas y horas de ensayos, concursos, competiciones y una ejecución impecable, creo que se merecen una ovación. Hace apenas un mes, en este mismo Palacio Euskalduna, nos vendieron un solista envuelto en marketing, que algún día, quizás, sea un gran intérprete, algún día, pero no hoy, y un auditorio abarrotado de neófitos se puso en pie. Hoy acudimos a una representación de nuestra orquesta, la sinfónica de Bilbao, con músicos experimentados y que se supera en cada representación, y huimos un segundo antes de que ejecuten la última nota.

 

Günter mantiene el tipo. Sigue sonriendo, señalando a los instrumentistas más destacados, entrando y saliendo, hasta que la situación se hace insostenible y toda la orquesta se retira.

 

Resignados, nosotros también nos levantamos y nos dirigimos a la cola del guardarropa, hoy especialmente larga. Aunque no tanto para una encantadora señora de avanzada edad, envuelta en una zorra muerta, que intenta acortar y colarse. "Lo lleva claro conmigo". Me mantengo clavada en mi posición, como si realmente me importara algo más que un pimiento avanzar o atrasarme un puesto en la fila. Pero estoy al borde del límite del aguante, por hoy ha sido suficiente: ya se me han colado en la cafetería, (en el vino del descanso, que se ha convertido en un atropellado vino de dos tragos, porque para cuando nos han servido había que volver a los asientos), han tosido, tarareado y desenvuelto caramelos durante el concierto, y ni siquiera lo hacen al ritmo de la música; el respeto es una palabra extinguida.

 

Sólo es cuestión de saber leer. Aquí, en el programa de cada concierto, lo dice, lo decía, bien claro:

Porque puede que, un día, Günter se harte, y no sonría, y mande cerrar las puertas a cal y canto hasta que hayan recibido el aplauso que merecen. O les lance la batuta con puntería certera, que es lo que se me pasaría a mí por la cabeza en su lugar. O las dos cosas, porque, desde luego, que a este público grosero y prepotente, falta les hace.

 

Nota: al buscar el programa de mano del concierto de este viernes, para sacar una foto de las instrucciones educativas, me he encontrado con la sorpresa de que ya no aparecen en esta temporada (la foto es de un programa del año pasado). ¿Por qué, por qué, por qué? ¿Han pensado que ya estábamos educados, o nos dejan por ser un caso imposible?

 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cuentos de Tokyo (y 2)

Mi amigo polaco sigue sonriendo. Ahora sé que es polaco, que lleva una semana en Japón y que vivió un año en Barcelona, por lo que conoce la existencia de Bilbao. "Tengo amigos bolivianos allí". Habla muy bien castellano, aprovechó el año en Barcelona. También sé que es de algún lugar del centro de Polonia, pero mi polaco no es tan bueno como su castellano, así que, sólo eso, de algún lugar del centro de Polonia. Mis dos semanas en Polonia hace algunos años no me cundieron como para expresar más que adiós y gracias.
El obento* sigue esperando, y realmente necesito reponer fuerzas, hay momentos y miradas que te pueden gastar. Como el ojisan* del metro.

Esa mañana había dado un par de vueltas por la laberíntica estación de Shinjuku. A estas alturas, ya sin miedo a expresarme en japonés (y que pase lo que tenga que pasar), había conseguido que un empleado de los ferrocarriles captara que me había equivocado al sacar el billete y que, por favor, me sellara de alguna forma para seguir avanzando por el subsuelo tokyota. Sello conseguido, más recomendación de que, sin duda, mucho mejor si voy en la Yamanote (una línea de tren que hace un recorrido circular por Tokyo, al aire, con vistas).

Avanzo por todos los controles con mi billete sellado (¿qué habrá puesto?) hasta la Yamanote, tan frecuentada la primera vez que vine a Japón; casi siento nostalgia de aquellos días después del terremoto, dando vueltas por Tokyo, calculando siempre si podría llegar andando al ryokan si pasaba algo y volvían a cancelar todos los trenes. Hacia fuera, sin embargo, transmitía tranquilidad: eso me dijo un chico valenciano que acababa de llegar a Japón, en plena crisis nuclear. "¿Vives aquí en Tokyo?" Supongo que la botella de té frío en la mochila y mi habitual cara de impasibilidad le han despistado. Como he dicho, acaba de llegar; este viaje es, igual que para muchos, su viaje soñado y se ha topado con el terremoto, Fukushima, los cortes en el suministro de la luz y los medios de comunicación aterrorizando a sus familiares con escenas de hecatombe y supermercados vacíos. "Mi mujer me ha dicho que o me voy al sur, a Kyoto, o me vuelvo a casa ahora mismo, y yo no quiero volver" Le acompaño a una taquilla de la JR* para que se saque un billete a Kyoto y sigo mis paseos en busca de la normalidad; grabo vídeos de mercados llenos de comida, de pasos de cebra llenos de gente, y los envío a casa. "¿Veis? Nadie ha huido, todo está tranquilo"

Eso era hace dos años. Hoy, como decía, ha sido el ojisan el que me ha emocionado. Se puede llorar sólo con recibir una mirada, con ver cómo su expresión cambia del desconcierto a la gratitud porque le cedí mi asiento. Era un hombre muy mayor, con la piel pegada al cráneo, estirada por los años; estaba vestido del modo tradicional, tal vez acudía a algún acto, y caminaba encorvado, con pasitos muy pequeños. Me pareció lógico pensar que a él seguro que le pesaba más la vida que a mí mi mochila con el té frío, y la cámara, y el chubasquero, y las mil cosas que iban haciendo sitio desafiando las leyes básicas de la física. Varias estaciones más tarde, yo estaba sentada frente a él. Mi ojisan tenía la mirada totalmente perdida, no estaba allí ni en el espacio ni en el tiempo. ¿Para qué? ¿Para qué le podemos interesar, si puede vivir en alguna dulce memoria? Ochenta, quizás noventa años de historias, de músicas, de voces y sonrisas, qué representan frente a un vagón de tren lleno de jovencitos con traje negro. Y una extranjera que le cede el asiento. 

Llegamos a su parada, vuelve a este lugar y este momento, su cara recupera la expresión para sonreírme, una sonrisa larga y feliz. La sonrisa entra por mis ojos y va directa a los lagrimales. Unas lágrimas cálidas que fluyen sin estrépito, sin sollozos, sólo lágrimas rodando en silencio. ¿Qué había en esa mirada?



Mi amigo polaco mira a su alrededor mientras hablamos de Japón. El sol le molesta, pero nada puede con esa gran sonrisa. No sabe aún cuánto tiempo va a estar por aquí, ni a dónde va a ir. Necesita encontrar un sitio para conectarse a internet, y ya verá por dónde tirar. Nos despedimos, ya puedo concentrarme en mi obento. Las miradas vuelven a mi cabeza, todas esas miradas que no pueden fotografiarse, danzan, me reconfortan, me acompañan. Todas ellas volverán conmigo.





Ojisan: hombre anciano, tío.
Obento: comida japonesa para el mediodía, pequeñas porciones cuidadosamente colocadas en una cajita o en un tupper.
JR: Japan Rail, línea de ferrocarriles japonesa.



martes, 5 de noviembre de 2013

Cuentos de Tokyo (1)

"¿Y qué es lo que más te gusta de Tokyo?"
Llevaba unos pantalones cortos de baloncesto, las greñas más desmadejadas que he visto en mucho tiempo, como si todo su pelo se hubiese reunido desde lugares diferentes y hubiera aterrizado sobre la cabeza sin un plan previo, en concordancia con su gran estatura, los brazos y las piernas moviéndose tratando de imitar el pelo. Me había fijado en él unas horas antes, al verle enviar un paquete en una oficina de correos en Shinjuku. Yo, y toda la oficina, porque acompañaba el aspecto con una sonrisa de ilusión inabatible y le hacía ser la imagen viva de un niño grande. Enorme.
Ahora se estaba interponiendo entre mi obento y yo, con el hambre que tenía ... Aún así, fui amable.
"Pues no me gusta mucho Tokyo, la verdad"
Ayer sí, ayer me gustó mucho. Sobreviví a Tsukiji, eso genera adrenalina. Me defendí de monstruos y carretillas con bastante habilidad. Incluso osé entablar conversación con uno de sus moradores, un recio pescatero que se avino a decirme el nombre de un pez. A mí no me interesaba mucho el pez, era por hablar; pero yo le interesaba menos a él que el bicho, los trabajadores de Tsukiji están más que hartos de los turistas, en el mejor de los casos recibimos indiferencia, en el peor miradas hostiles. Probablemente yo haría lo mismo, si alguien se paseara por mi oficina sacando fotos de mis informes. Hay gente muy rara por el mundo.
Primer plano de monstruo... ¡Y levantó una pata para saludarme!
Para limpiar mis zapatillas de escamas de pescado, me fui a los jardines de Hamarikyu, a coleccionar típicas estampas japonesas. Nunca tengo suficientes, hay hueco aún para más jardines, más casas de té, más momentos de silencio acariciada por el sol.
Saliendo de Tsukiji, a la derecha

300 años de pino







Té con instrucciones

Esta vez había un plan, claro y detallado. El plan decía coger un barco desde Hamarikyu hasta Odaiba. Seguir el plan, dejarme llevar, sonreír bajo el sol de otoño, sacar fotos de barcos fantásticos, hablar del tiempo con un americano, seguir sonriendo, viento en la cara, fotos del Rainbow bridge, fotos de la bahía, desembarco en Odaiba.










Odaiba. "Vete a Odaiba, hay un robot que echa humo, y puedes esperar hasta el atardecer. Entonces es cuando el apocalipsis asola la ciudad, y las luces de dos soles se reflejan en edificios abandonados. Tan sólo una última pareja de habitantes huyen de la ciudad..."




"Vete a Odaiba, y siéntate hasta que llegue la noche. Deja que tus ojos trabajen engullendo los cambios en la luz, siente cómo tus pies se entumecen, las manos, mientras, calientes en los bolsillos, listas para salir y manejar la cámara. Todo lo que buscas está ahí, no tienes que hacer nada, sólo siéntate y espera".






"Ahora tienes frío, y hambre. Vete a Oedo Tokyo Monogatari, báñate en vapor, come vapor, fluye como el vapor por el aire de Tokyo".