Esto del médico no ha sido para practicar vocabulario, ni porque la idea de ir al bier garten de Sapporo o al museo ainu de repente hubieran dejado de interesarme. No, mi contractura se ha levantado en plena forma y había que buscar una solución, o me esperaban semanas poniendo cara de agonía sólo con levantar la cámara de fotos. Así que la mañana y parte de la tarde que me he pasado entre hablar con los del Sapporo International Youth Hostel (se merecen la publicidad, han sido muy eficientes), el seguro de casa, el contacto del seguro en Tokyo, el taxista, médicos y hasta un traductor, por si acaso, espero que sirvan para algo más que para hacer una investigación de campo sobre el sistema sanitario nipón.
En principio, la figura del señor doctor endiosadillo parece ser universal. Sin tocarme la espalda, y a pesar de que le he explicado la problemática del músculo en cuestión y su habitual reincidencia, ha diagnosticado, muy serio, digno y condescendiente, que padecía un problema muscular. No quiero imaginarme lo que facturará por tan complicada deducción. Tampoco ha querido comunicarse conmigo a través del médico-intérprete, que sí sabía bien inglés, pero que, dentro de la jerarquía, seguramente estaba en el subsuelo, por ser unas cuantas décadas más joven.
Lo que sí me ha gustado ha sido la prescripción: unas pegatinas, a administrar dos al día, que, receta en mano, me han proporcionado en la farmacia de enfrente. También me ha gustado cómo han llevado todo el proceso, desde la primera llamada al seguro (les haré publicidad cuando cobre el ticket del taxi) hasta la farmacéutica que me ha acompañado casi a la estación del metro: en todo momento, facilidades, simplificación de trámites, amabilidad. Lo dicho, sólo falta que me deje de doler.
A cambio, ni cervecera, ni ainus; al salir del médico, asalto a la oficina de turismo para aprovisionarme de mapas de todo Hokkaido y un par de visitas para, al menos, pisar alguna calle de Sapporo. Aviso a navegantes: no es fácil ver el exterior de esta ciudad. De la que, por cualquier razón, haya que pasar por la estación JR, os veréis abducidos por un laberíntico centro comercial: libros, ropa, restaurantes, cafeterías, dulces, todo con tal de no salir al exterior. Se nota que aquí hace mucho frío. Pero, cual Paco Martínez Soria diciendo "la ciudad no es para mí", ese mega centro comercial tampoco ha podido conmigo. Este bol de ramen en uno de los restaurantes de las galerías era sólo para coger fuerzas:

Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo |
La torre del reloj es ese punto que tienen muchas ciudades en el que todo visitante tiene que retratarse. Aún así, creo que he conseguido alguna foto sin público. Dicen en las guías que es decepcionante: eso siempre depende de lo que esperes. En mi caso, suponía que habría un reloj, por lo tanto, expectativas cubiertas. Cierto que está encajado entre rascacielos, pero tal vez sea ese punto de resistencia en su obstinación por ser pequeño y de proporciones humanas lo que me atraiga de esta sencilla casita de madera. |
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo |
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo |
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo |