Mostrando entradas con la etiqueta naruto. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta naruto. Mostrar todas las entradas

martes, 4 de septiembre de 2012

Parte 5: de China a Brasil, pasando por Portugal

 

 

Llegamos al tercer día en territorio japonés, y llega también el temido momento en que hay que asumir la realidad: el benpi ha ganado a la medicina occidental. Os ahorraré la búsqueda: benpi quiere decir estreñimiento, tomad nota si viajáis a Japón, os puede ser muy útil la palabrita.

Cierto, el benpi es común cuando se viaja, da igual a dónde. No es así en mi caso, es un problema que no suelo tener. De ahí que, el año pasado, en mi anterior viaje a Japón, me pillase totalmente desprevenida. Después de llevar ya dos semanas en el país, sin notar alteración alguna en mis funciones vitales, me cargué la mochila a cuestas para hacer el Kumano Kodo en la península de Kii Tanabe. El alojamiento estaba previamente concertado, junto con las comidas. Cómo no, en mi afán por vivir una experiencia japonesa total, pedí los menús tradicionales, en los que el arroz es la fuente de hidratos principal. Resumiendo y sin entrar en detalles escabrosos, digamos que mi aparato digestivo no estaba preparado, y las cuestas se me hacían aún más empinadas. Que nadie se asuste ni se lleve a error, en Japón se puede encontrar todo tipo de comida... si estás en una ciudad, no si te pasas el día en el bosque y sólo sales de él para dormir en alguna minúscula aldea (minúsculas pero una gozada, por otra parte)

Vistos los precedentes, y como tampoco estaba dispuesta a renunciar a unos buenos onigiris, esta vez iba cargada con medicina occidental para el benpi. Pasados tres días, sólo hay un diagnóstico posible: fracaso total.Y sólo hay una solución posible: ir a una farmacia y comentar estos agradables temas con un completo desconocido en un idioma extraño. ¡Grandes remedios para grandes males!

Reunidas fuerzas en la cafetería habitual, me doy un paseo por Tokushima atenta al símbolo internacional de farmacia (en efecto, aquí también tienen una cruz verde, no todo va a ser indescifrable), y, por si acaso, he repasado los kanjis de Kusuriya (薬屋). Llevada por la poderosa fuerza de la necesidad, entro en el primer sitio en el que veo el kanji 薬 (medicamento), aunque no tenga la pinta habitual de una farmacia japonesa (similares a las de aquí, algo más llenas de productos y colorido) sino que más bien parece la consulta de un médico, con muebles de madera y mesa para atender al paciente, donde se administra medicina china, (llamada kanpo igaku 漢方 医学, es una adaptación japonesa de la antigua medicina tradicional china) muy popular en Japón. Respiro hondo y ¡a la carga, que no se diga!:

-Konnichiwa, chotto BENPI ga arimasu.

Pido disculpas a mis senseis, seguro que no se dice ni parecido, pero me entendió, porque empezó a asentir con una risilla nerviosa y un montón de balbuceos. Ahora es cuando entramos en la descripción del farmacéutico: bajito, con gafitas, bata blanca y toda la pinta de científico de tebeo. Pero majísimo, eficaz y con un inglés de superviviencia que nos vino genial. Cuando al hombre se le pasó el primer sofoco, se aseguró de que yo sabía lo que estaba diciendo y pasamos a la descripción de la gravedad del problema, para así poder administrarme la dosis adecuada de medicina milagrosa. Acordamos que el caso era "raito" (light), y que con una o dos pastillas al día bastaba. Este es el producto, que tomé con fe ciega y que, esto sí que sí, funcionó:

Cumplida su misión de facilitarme la vida, pasamos a las preguntas de cortés curiosidad: de dónde soy, qué voy a visitar en Japón, lo típico. No tan típica es su reacción cuando le digo que soy de Bilbao, y, en vez de ilustrarme con el resultado del último partido del Athletic (club de fútbol local, que me ha dado tema de conversación en medio mundo, y eso que no es lo mío ni de lejos), exclama:

-Bilbao, iron!

Iron, sí, hierro, conoce Bilbao por el hierro. No digo yo que no fuera uno de los motores de la economía vasca, pero en el siglo XIX y primera parte del XX. Y, aún así, no acabo de imaginarme la conexión con un farmacéutico de Tokushima. ¿Alguien conoce el hilo conductor? ¿Viviré para siempre con esta intriga?

Mientras se soluciona el enigma, seguimos con el resto de la jornada. La idea era ir a ver los remolinos de Naruto, ciudad al lado de Tokushima, o pegada a ella, más bien. El momento propicio para ver los remolinos es con el cambio de la marea, mejor con la marea baja que con la alta. En mi caso, ese día sólo podía ir a la hora de la marea alta, las horas de las bajas no me cuadraban, y eso significaba las tres de la tarde. En la oficina internacional de Tokushima, en el edificio de la estación principal, una chica muy solícita me empapela a folletos, mapas y horarios de autobuses para ir a Naruto. ¿Qué se puede hacer en Tokushima durante la mañana? Muchas cosas, seguro, pero en este caso, la resolución de: Ko+monte Bizan, sólo puede ser = subir.

El monte Bizan es la referencia de Tokushima, desde él hay unas vistas estupendas (si no hay niebla y lluvia, como fue el caso) y en su cima hay un parque y un museo dedicado al portugués Wenceslao Moraes. Para subir al monte, y, sin que sirva de precedente, me decanté por la opción funicular. Estaba lloviznando y el sendero (supongo que era el sendero, no entendía ni un cartel) patinaba bastante. En esos casos, suelo visualizar el titular " Turista occidental herida al intentar subir por un empinado sendero en sandalias", lo que me produce una inmediata reacción de vergüenza y busco la alternativa más discreta.

El funicular se coge en la quinta planta del Awaodorikaikan (lo visitaré por la noche, cada cosa a su tiempo, Ok?), y al lado de este simpático templo. ¡Qué mejor que un buen torii para empezar la mañana!

 

 

Funicular y vistas de Tokushima:
 

 

No se ve mucho, una pena. Aún menos a medida que subimos:

 

Esto es lo que espera escondido entre las nieblas:

 

¿Una pagoda? No parece muy japonesa...

 

La pagoda, en efecto, no es japonesa, sino birmana. Soldados japoneses que estuvieron en Birmania, a su vuelta a Japón, la construyeron al estilo birmano. Esto me lo explica el guía del museo, esto, y la vida, obra y milagros del famoso Wenceslao.

Como no todo es wiki en este mundo, os hago un resumencillo de lo que vi y me contó en el museo: Wenceslao de Moraes era un marino portugués que fue cónsul de su país en Kobe a finales del siglo XIX. Para que nos situemos, Kobe era uno de los puertos japoneses con más contacto con Occidente, y geográficamente cerca de Tokushima, al nordeste. Wenceslao se casó con una bella geisha de Tokushima (lo era, vi la foto). Ella hablaba maravillas de su ciudad natal, aunque no tuvieron oportunidad de disfrutarla juntos, porque murió tempranamente (¿es posible morir tarde?) a causa de una enfermedad del corazón. Tras su muerte, Moraes dejó el consulado y se fue a Tokushima, donde permaneció hasta su fallecimiento. El tiempo que le quedó lo entretuvo en casarse con una sobrina de su mujer (a la que también sobrevive, ya que esta muere de tuberculosis) y en escribir artículos y libros sobre Japón, Tokushima en especial y sobre su amor por estas dos mujeres. El museo está simpático, con libros, fotos y objetos personales del cónsul, e incluso con alguna botellita de Oporto, para dar ambiente. Un personaje interesante, y un hombre con ideas y sentimientos apasionados. Si tenéis curiosidad, un vistazo por internet os puede dar para un buen rato de lectura. En cualquier caso, es un ejemplo de una época que parece desaparecida, la de los viajes románticos, al estilo del Gran Viaje que los jóvenes aristócratas europeos daban por Italia, Grecia o España, o más tarde, como Moraes en el XIX, a destinos en Asia o África, a mundos y gentes de los que apenas tenían referencias.

Con un suspiro en el alma, vuelvo a la estación de Tokushima para coger el autobús que, supuestamente, me iba a llevar a ver los famosos remolinos de Naruto. El "supuestamente" os habrá dado la pista para adivinar que la cosa no fue tan fácil. La información que me dieron en la oficina internacional no era la correcta, por lo que, el autobús al que me subí, tampoco. Realmente, aparecí en la típica anécdota de viajes: "me confundí y una gente muy amable...". En efecto, llegué a alguna parte de Naruto que no era donde quería llegar y unas chicas me metieron en otro autobús para ir a donde sí quería llegar. Lamentablemente no puedo dar muchas más precisiones. ¡El día que domine el japonés los viajes serán muy aburridos!

De los remolinos en sí, no gran cosa que contar, llegué un poquito tarde, el día seguía brumoso y tristón, y, lo dicho, el efecto de las corrientes debe de ser más espectacular con la marea baja.

 

Esto no es un bonito intento de foto artística en blanco y negro, el tiempo y el mar estaban así, fundidos. ¿Habrá algún ser que salte del mar y trepe por la niebla? Miré, pero no lo vi.

Para ver los remolinos hay dos opciones: desde un barco en medio del meollo:

O desde este puente:

 

 

 

En el suelo de puente hay unas cristaleras para observar de primera mano el fenómeno. Esto es lo que vi:

No parece gran cosa, la verdad. Yo, al menos, esperaba algo diferente, pero, como ya he dicho, hay que ir a la hora y en el momento exacto de la marea. Según el folleto, había que ver esto:

Para volver a Tokushima acerté a la primera (fácil, sólo hay una parada de autobuses al lado del puente) y tuve suerte de coger el último, que era sorprendentemente pronto, creo que antes de las 5 de la tarde. Con tiempo de sobra para, ya en Tokushima, asistir a una representación del Awa Odori en su edificio, el Awaodorikaikan. Por supuesto, quien todo lo sabe tiene información sobre esta danza (http://en.wikipedia.org/wiki/Awa_Dance_Festival). Como danza muy antigua que es, no está muy claro ni el momento exacto de su origen, ni el porqué. Al parecer, las gentes de las regiones de Tokushima tradicionalmente disfrutaban bailando el Bon Odori, pero fue a partir de la llegada al poder del daimyo Hachisuka en 1586 cuando adquirió cierta oficialidad. El nombre de Awa Odori se le puso en 1920. La canción también tiene lo suyo:

踊る阿呆にOdoru ahou niThe dancers are fools
見る阿呆Miru ahouThe watchers are fools
同じ阿呆ならOnaji ahou naraBoth are fools alike so
踊らな損、損Odorana son, sonWhy not dance?

 

A esta canción se acompañan gritos sin valor semántico, tan solo para animar o mantener el ritmo.

Es muy popular en todo Japón, y a mí me enamoró, encandiló, entusiasmó... Esto sí que me pareció absolutamente sugoi (maravilloso). A pesar de que el festival del Awa Odori se celebra en agosto, en el Awaodorikaikan se puede disfrutar de esta danza varias veces al día, en representaciones a cargo de distintas escuelas de baile locales, que, digamos, "ensayan" frente al público, con música en vivo. También se puede participar y recibir una clase en el escenario, con premio a los alumnos más aventajados (no, no participé, pero me encantaría hacerlo alguna vez)

Vamos a ver qué os parece:

 


Por si os animáis, ahí va la clase de danza:

 

Tras zafarme de un empresario que me tenía que contar algo seguramente fascinante y de gran interés (más para él, creo) volví al hotel, agotada como siempre y pensando en mi ofuro. Quien, casi seguro, estaba pensando en mí era Sanae-san. En cuanto entré por la puerta me encasquetó a un barbudo occidental más sudoroso y cansado que yo, y, decididamente, con muchas ganas de hablar en su lengua materna.

El nuevo huésped acababa de finiquitarse el Henro 88, una etapa más en el recorrido físico y vital que le había llevado de Brasil a México, y de ahí al Camino de Santiago, donde oyó hablar del Henro 88. Lo que vendría a ser un juego de la oca por el globo terráqueo, le había colocado en la casilla Tokushima Station Hotel sin mucha idea de por dónde tirar. Si lo que le guiaban eran las coincidencias y las casualidades, le di unas cuantas pistas de peregrinaciones, islas y lugares comunes. Ni siquiera me senté, nada más presentarnos empezó a hablar y hablar, sin acelerarse pero sin pausa, una cascada verbal en la que me contó lo que le había pasado por la cabeza y el corazón para salir al mundo, un ejemplo de ese momento que yo llamo "sentirse como Forrest Gump": lo único que parece tener sentido es correr (o andar, eso es cuestión de gustos), andar, correr, andar, a donde te lleve el camino, cualquiera que este sea.

Buffffffff, ha sido un día largo, emocionante, divertido, conmovedor. Mañana, el remoto valle de Iya, los onsen, las montañas... Eso será otra historia, como decía Tolkien.

 

viernes, 24 de agosto de 2012

Parte 4: Henro por un día (continuación)

Ahora sí, por fin a caminar! Después de haberme pasado un par de días encajada en asientos de avión, mis piernas necesitaban kilómetros de apacibles sendas. No va a ser así exactamente en este recorrido, que es bastante urbano, pero lo disfruté muchísimo.

El primer templo del recorrido es el Ryōzen-ji. Fácil de encontrar al salir de la estación de Bandō, según todas las indicaciones, pero mi precipitación por empezar a andar y a ver cosas hizo que me despistase un poco. Mejor, así tuve la oportunidad de preguntarle a una encantadora señora por la dirección correcta. Parece que, por algún milagro lingüístico, acerté a entender las explicaciones. No sé si he comentado ya que estudio japonés desde hace, digamos, algunos años, poquísimos en comparación con los que me faltan para poder decir que hablo japonés. De momento, "hablo japonés" de supervivencia, aunque a veces tengo conversaciones con inteligentísimos interlocutores que aciertan a remarcarme la palabras clave para que les entienda. Este fue el caso, y he aquí el templo:

 

 
Como se puede apreciar en la foto (a duras penas, ya dije que no soy fotógrafa, pero intento hacerlo lo mejor posible), en la entrada hay un maniquí vestido con el atuendo "oficial" del peregrino, atuendo, que, con diversas adaptaciones, adoptan la mayoría de los peregrinos.
Tanto en este como en el resto de los templos que recorrí había visitantes, peregrinos a pie o en coche. Los jardines, los peces, niños jugando y jizos vestidos con gorros y baberos, todo daba un ambiente cuasi bucólico de sonrisas pacíficas y amables saludos. Me sorprendí al ser saludada por un grupo de escolares de unos 4 o 5 años, que estaban de excursión acompañados por un batallón de adultos responsables (aproximadamente cuatro veces el personal que atendería a la misma cantidad de niños en Europa, un ratio que se repite en casi todos los locales de atención al público en Japón). Lo mismo me pasó cuando un visitante a un templo me hizo un saludo con profunda reverencia. Tal vez sentían cierto orgullo al ver a una extranjera interesada en su cultura. Fuera así o no, para mí era muy agradable, me hacía sentir más viajera que turista. Aunque creo que ser lo uno, o lo otro, es más una cuestión de actitud personal, el poder comunicarte hace que el viaje sea mucho más que una simple colección de postales.
 
 
 
 
 
La jornada avanza entre campos de arroz, templos, hermosas viviendas tradicionales (no siempre japonesas) y alguna que otra curiosidad. Cierto que se trataba de caminar entre templos budistas, pero difícil será que yo me resista a desviarme hacia un torii. Estas puertas de entrada a los templos shintoíntas me fascinan desde antes de verlas en vivo. A veces aparecen gigantescas e imponentes en su color bermellón; otras son pequeñas, en un cruce de calles o en el jardín de una casa, de cemento, blancas, amarillas, naranjas. Esta se asomó entre los árboles, una tímida pero irrechazable invitación.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
¿Y esto? ¿Casas con entramado de madera? ¿Tanto he caminado que ahora estoy en Alemania? Al parecer, la explicación viene de la Primera Guerra Mundial, cuando Japón tomó ciertos territorios de Asia que estaban bajo el dominio alemán y, a consecuencia de esa conquista, retuvo a varios prisioneros alemanes en Naruto, donde se les permitió vivir con relativa libertad. Actualmente hay un museo y un parque conmemorativos.
 
 
Algunas de las fotos que hago tienen una historia más allá del "qué bonito". Y, a veces, se sacaría hasta una novela:
La casa pluscuamperfecta. Los árboles milimétricamente esculpidos, ni una teja movida o con líquen, todo donde, cuando y como debería estar. Qué miedo, no sé si me atrevo a imaginarme lo que pasará dentro de semejante decorado!
 
 
Aquí no lo tenía tan claro. ¿Violencia, juego, hastío, capricho? ¿Un castigo al columpio? O quizás, él mismo, abrumado por la herrumbre, haya decidido que ya no quiere dar más vueltas.
 
 
Sin palabras me quedé al ver las cabezas de los maniquíes. ¿Un descuido, o el producto de un extraño sentido del humor? Me hizo gracia, y a una mujer que me miraba mientras yo miraba las cabezas, también.
 
 
Los indicadores del Henro me devuelven a la realidad:
 
 
Las flechas rojas del henro michi (へんろ 道) me han llevado a Gokuraku-ji, Konsen-ji, Dainichi-ji, y, como final de esta etapa, el interesante Jizō-ji, donde se puede admirar la colección de estatuas de los 500 discípulos de Buda. En la taquilla hay una pareja de ancianos (muy, muy ancianos, quiero creer que son voluntarios, a menudo me sorprende la edad de algunos trabajadores en este país). Les pido una entrada en mi mejor japonés, pero eso no dulcifica en absoluto a la mujer, que me hace sentir como una diablesa extranjera y me gruñe el precio. Él, en cambio, me mira como si hubiese visto la aparición de alguna de las estatuas. ¿Son cosas mías, o le ha chocado ver una mujer sola y balbuceando en japonés? Nunca lo sabré, una pena.
 
Con un sentimiento similar a la satisfacción por el deber cumplido, ahora que ya he llegado al final de la etapa, me deleito paseando por las galerías del templo entre las 500 estatuas. A diferencia de los abarrotados templos de Kyoto, aquí estoy absoluta y completamente sola, así que tengo que apañármelas como una valiente con las amenazadoras miradas de algunos de los discípulos, fieros animales agazapados, juegos de sombras y crujir de madera. No hay mucha luz, así que mi cámara compacta automática no puede hacer gran cosa, esta foto es lo mejor que obtengo de ella.
 
 
Con hambre de ofuro, busco el camino de vuelta a Tokushima y a la charla con Sanae-san. Mañana quiero ir a ver los remolinos de Naruto, y puede que "caiga" alguna cosilla más... Estoy cansada, hay pocos autobuses para volver y no me quiero equivocar, así que vuelvo a hacer prácticas de japonés, y menos mal, porque no me había puesto en la parada adecuada. Aquí, como en cualquier parte del mundo, es fácil encontrar gente amable dispuesta a ayudar. Un alivio al sentarme en el autobús y dejarme llevar hasta la estación del tren; la voz que anuncia las paradas, las conversaciones de los viajeros, todo unido me resulta una música deliciosa, con el gusto de un higo maduro saboreado bajo su árbol en una espesa tarde de verano. Si me quedo dormida, ¿tendré pesadillas con estatuas que cobran vida?