lunes, 12 de mayo de 2014

El último beso

Hace muchos años leí una reflexión sobre el último beso. Decía que nunca sabemos que, en ese momento, es el último de beso de nuestro amante. No sabemos si nos va a dejar, o algo nos va a separar para siempre. Nunca lo podemos saber. ¿Hubiera sido diferente de haberlo anticipado? ¿Más apasionado, más húmedo, más dulce? ¿O amargo, con la amargura de saberlo irremediablemente irrepetible? ¿Nos habríamos esmerado en alargarlo, en grabar en la memoria cada sabor, cada molécula de su aroma? Pero no lo hacemos, el amante no regresa, y cuando nos damos cuenta, sólo hay un recuerdo difuso de sus labios, difuminado, mezclado con otros besos y otras despedidas.

A medida que avanzábamos hacia el campo base, el guía Soros me avisaba de cuándo iba a ver tal o cual monte. "Mañana al amanecer, desde aquí, verás el Annapurna Sur". Cuando veíamos una cordillera, me los enunciaba, uno a uno, lentamente, casi con devoción. Yo seguía su dedo señalándolos, y memorizaba los perfiles, las aristas, repetía los nombres, sacaba foto tras foto, para no perderme nada. En los días de regreso, yo, queriendo retener esa última imagen, le preguntaba "¿Es hoy el último día en que veremos el Machhapuchhre?" "¿Veremos alguna cumbre mañana?"
No recuerdo el último momento en que mire hacia atrás y vi el Machhapuchhre. Sé que pasó, pero no supe que era la última vez.




martes, 15 de abril de 2014

Otra vez me tengo que ir

Es que no aprendo... Estaba toda contenta después de mi safari en jeep, con los animales, los paisajes, la gente, el sol yema de huevo y la luna rodaja de naranja, y, de repente, me doy cuenta de que mañana me tengo que ir otra vez. Cierto que voy a Kathmandú, y me quedan muchas cosas por hacer que me apetecen, y reencontrarme con la mujer de Tensing y conocernos mejor, pero, ¡irme otra vez! No he tenido suficiente de estos paisajes, no he sacado foto a todos los árboles, se me han resistido el tigre, el oso hormiguero y el bisonte, ¡no he terminado!

Me encantan los paseos por la selva con Suki, el naturalista del hotel. Conoce perfectamente todas las huellas, los rastros (montañas de caca de rinoceronte, por ejemplo). Se para, escucha, está alerta, decide un cambio de rumbo, busca dónde es más probable que aparezca el bichejo. Y si le sigo, bien; si me paro a sacar foto de una hoja, ya puedo ir corriendo detrás de él, que esas minucias no son asunto suyo. Estamos a lo que estamos. Sigue murmurando en nepalí cuando no acierto a ver el hocico marrón de ese cocodrilo marrón en un río marrón lleno de manchas pardas. Hay que ver qué torpe es esta europea.

No sé si todo el mundo apreciará la belleza de estos paisajes, más allá de si se consigue ver animales o no. Para mi han sido unas días magníficos, emocionante al ver la primera rinoceronte, y también el nido de termitas con forma de catedral, las lianas abrazando árboles y matándolos lentamente (Suki no deja de remarcar el hecho del abrazo mortal, yo creo que le trae algo a la mente), las lagunas rosadas con esporádicos hocicos sonrientes de cocodrilos. Dormirse con estos sonidos de película, y disfrutar durante instantes del frescor breve, muy muy breve, de la mañana.



Huella de tigre, lo más cerca que estuve













Todo muy bonito, bucólico casi; pero lo más impresionante, sin duda, ha sido ver las chozas de paja y barro a las puertas del resort. He visto bastantes chabolas y chamizos en Nepal, pero creo que lo que más me ha impactado ha sido verlo tan tan cerca, tan a la puerta de un hotel casi de lujo. No podría haber más contraste.





Son casas bonitas, en realidad. Algunas han hecho fuera un pequeño jardín con flores, tienen un cobertizo para los animales, y están llenas de niños jugando. Hay electricidad, cuando hay, como en el resto de Nepal. Agua, en el patio, con una bomba que sólo había visto en las películas del oeste.Parecen habitables, incluso agradables. Ahora vamos a imaginar estas casas, de techo de paja y paredes de barro, cuando se pase las 24 horas lloviendo en los meses del monzón. Espero que ellos también puedan sacar provecho de los turistas que venimos a ver los animales con los que llevan siglos conviviendo.
Al volver del Safari y pasar por las chozas, he buscado al bebé que vi ayer, envuelto en trapos en el patio frente a una casa, llorando. Hoy estaba en brazos de su abuelo, que le cantaba y sonreía, inmensamente feliz. Le he saludado y me ha devuelto el saludo, sin parar de acunar a su nieto.



Como siempre, miles de fotos más, en mi flickr

Trekking ABC

Creo que con todo este jaleo de aviones y prisas no he dicho que venía a Nepal no sólo a verificar su existencia, sino a hacer el Annapurna Base Camp trek, que dicho así suena a super trekking, y no negaré que lo sea, pero lo puede hacer cualquiera con ganas. Al final, todo el cuestión de subir, bajar, sudar, sufrir un poco, disfrutar mucho, y que te guste toda esa combinación. Al parecer, la mayor dificultad está en la altura: se parte de menos de mil metros y se llega a los 4200 del campo base, lo que es algo un poco serio. Por lo que he leído, la adaptación a la altitud, en igualdad de condiciones (cantidad de días en que se ascienda) no afecta por igual a todas las personas, y esto tampoco tiene que ver con su forma física, una ancianita puede encontrarse perfectamente y un campeón de atletismo puede pasarlo fatal: así pues, si me sienta mal y me tengo que dar la vuelta, mi honor está a salvo. Porque el único remedio contra el mal de altura es bajar, de lógica.
Datos prácticos: cómo, cuándo. Cómo: se puede hacer por cuenta propia, no tiene mucha pérdida, pero contratar guía y porteador no sale caro en absoluto (alrededor de los 50€ por día, alojamiento y comidas incluidas), y no sólo ayudas al desarrollo local, sino que tienes la oportunidad de conocer algo mejor a los nepalíes y su cultura. Cuándo: antes o después del monzón, esto es, marzo-abril o septiembre-octubre. Después del verano dicen que los cielos están más claros y que hay 100% de visibilidad de paisajes; esto se paga con saturación de caminantes.
Yo estoy en la opción marzo-guía-porteador, contratados a través de Acclimatize Nepal, que no sólo organizan trekkings, sino que tienen en marcha varios proyectos de desarrollo en Nepal, en educación y en sanidad, gestionados por nepalíes para nepalíes. Una gente fantástica.



Desde la jaula dorada: no sé qué pasa con esta entrada, que he intentado colgarla varias veces y se resiste. Un poco tarde, porque ya se sabe si llegué o no, pero, ahí va.

miércoles, 9 de abril de 2014

En el calor de la jungla

¡Qué ganas tenía de decir algo así! Jungla... suena fantástico, tantas películas de sábado por la tarde (los de 40 para arriba saben de qué hablo) viendo a las glorias de Hollywood enfrentarse a las bestias, al calor. En esas películas no recuerdo si mencionaban la fascinación de los sonidos, qué música, parece que hubiesen puesto altavoces para dar ambiente. No, no son altavoces, es LA JUNGLA.
La rinoceronte con su cría que he visto bañándose, tampoco estaba puesta como atrezzo; ni los jabalíes, los ciervos, los monos, el pavo real, el gallo salvaje, cientos de pájaros con cantos nuevos para mi, las pedazo de cacas de elefante (hoy sólo he visto el rastro de los elefantes salvajes, y unas cuantas madres con sus crías domésticas), todos estaban aquí antes de venir yo y espero que sigan mucho tiempo después. Y que Suki, el guía del hotel, los oiga y los vea.
A él le parece fácil, pero hay que estar aclimatado también para ver ciertas cosas. Por ejemplo, yo he desarrollado una vista agudisima para las moras, nueces, avellanas, y, en general, todo lo que se puede trapiñar en los montes de mi zona. Pues Suki, lo mismo, pero con otro tipo de percepciones. En el paseo que hemos dado hoy por la selva (paseo por la selva, otra cosa que no me creo que sea posible), se paraba al menor ruido, apuntaba las orejas, es decir, las desplegaba con sus manos para oír mejor, y elegía los senderos para llegar antes y mejor al avistamiento del rinoceronte o del tigre. El segundo no ha podido ser hoy, y casi mejor, no sé si me hubiera acordado de mirarle a los ojos, habría intentado trepar a un árbol o corrido en zigzag. Ya podían ponerse de acuerdo estos animalitos en los protocolos de actuación.
Finalmente hemos quedado bastante satisfechos. Se ha asegurado de que haya sacado bastantes fotos de los rinos y nos hemos dirigido a la zona de cría de elefantes. No me acaba de entusiasmar la idea de animales salvajes en cautiverio, pero por aquí dicen que son muy útiles para vigilar el parque y controlar a elefantes salvajes y rinocerontes cuando se acercan demasiado al pueblo (a las cosechas, básicamente). Aún así, no me gusta ver a unas 10 elefantas atadas con una cadena, junto con sus crías, también amarradas. Dice que pasean libremente por la Parque Nacional durante 4 horas al día, y que se aparean con un tal Ronaldo (antes era Romeo, pero se está haciendo mayor), pero, no sé, ¿se tenía que llamar Ronaldo?
En cualquier caso, un cambio brutal, pasar del arrollador Annapurna a la ruidosa ciudad de Pokhara, y de Pokhara a la orgía de sonidos de la selva.

martes, 8 de abril de 2014

Olive Café, Pokhara

Ahora mismo no recuerdo haberme movido tan poco estando de vacaciones como estos días en Pokhara. ¿Razones? Unas cuantas, veamos: voy a hacer aquí, con la de hoy, tres noches. El día de mi llegada fue el último del trekking, absolutamente agotador por muchas razones, apenas me arrastré hasta el borde del lago y al regresar, por azar, supongo, aterricé en el Olive Café. Esta es la razón número 2, después del cansancio. Hay wifi, café de verdad, un té de jengibre con miel y limón de muerte (se llama ginger warmer, por si os pasáis por aquí), comida deliciosa de todo el mundo (incluso una versión deconstruida de tortilla de patata), terraza en la planta baja y, cuando eso ya cansa, terraza superior, para poder comentar la fauna sintiéndote eso, por encima. Razón 3: no es agradable pasear. Humo, polvo, más humo y más polvo, calor... No lo veo. Me he acostumbrado a verdes montañas, aún no estoy preparada para otros ambientes.
La mezcla de todo han sido unos cuantos taxis y grandes sentadas reflexivas. No creo que sea de preocupar, dos días sentada después de subir y bajar al Campo Base. Además, mi habitación del hotel está en un cuarto piso, y he tenido que subir y bajar unas cuantas veces. Eso también cuenta.
Vamos a lo práctico: ¿qué hacer en Pokhara, además del Olive Café? Será por ofertas, hay miles. Si se viene fresca y descansada, lo obvio es subir a ver la pagoda de la Paz y, al amanecer, subir a Sarangkot para ver el sol reflejado en las cumbres nevadas de los Himalayas. Ninguna de las dos han caído: más que por pereza de andar, por pereza de buscar compañía o contratar un guía. Se comenta que puede ser arriesgado andar sola (o solo) por esos caminos. Verdad o no, no me veía comprobándolo, la gente del trekking con la que me he cruzado ya lo había hecho y, no, para nada tengo ganas de más guías. Demasiado atentos, no más por ahora.
También es casi obligatorio en Pokhara practicar algún deporte rompe-crismas: canoying, rafting, kayaking, parapente y sus variantes. No es lo mío. Otra opción, hacer un trekking a los Himalayas... Vaya, ya está hecho.
Sólo me quedaba, pues, tirar de cultura y sociedad. Paseo en barca de remos (con remero, ¿había dudas?) por el lago Phewa Tal hasta el templo hinduista Varahi Mandir. Extraordinariamente relajante estar por un rato en unas pacíficas aguas, no repetí porque había tormenta. El templo en sí también tiene su interés, instalado en una pequeña isla del lago y muy concurrido por devotos.
Otra opción interesante: visitar la parte vieja de la ciudad. Para ello me hice la intrépida y negocié con un taxista la carrera. 300 rupias me parecieron razonables y me llevó hasta el templo de Bhimsen, con sus tallas eróticas. También me dio la oportunidad de estar un rato en una zona tourist-free (es lo que tiene estar tan lejos de Lakeside, el barrio al lado del lago, lleno a rebosar de tiendas, restaurantes y hoteles), observar a los locales en su ambiente mientras paraba de llover y disfrutar con algunas casas de arquitectura newa, casitas de dos plantas, ladrillo vista, tejados a dos aguas y tallas de madera en ventanas y balcones. Ya con mi gran experiencia en negociación con taxistas pregunto a un individuo bastante guarrete dentro de un coche deshecho cuánto puede salir la carrera a Lakeside. ¡500 rupias!!!! ¡Qué tonto! ¿No se le ocurrió que, tal vez, había llegado allí en taxi y podía saber cuánto era? Por suerte no era mi única opción (aunque estaba más que dispuesta a irme andando toda digna) y unos metros más arriba conseguí el precio razonable y un taxista mucho más limpio.
Esas dos cosas en el mismo día, extenuante... Varias horas de terraza para compensar, y 10 horas de sueño para reponer.
Segundo día entero en Pokhara y hay que espabilar, tengo el deber de ejercer de turistaza. Objetivos: el Museo de la Montaña y el asentamiento tibetano más importante de la zona, Tashi Palkhel. Ambos están por el quinto pino, así que el simpático recepcionista del hotel me vende un taxista que me llevará y me esperará a la salida. Como una lady.
El museo de la Montaña es más que interesante para los aficionados. Describe los pueblos de las montañas nepalíes y de otros lugares del mundo, la geología de los Himalayas y da un repaso a las expediciones más famosas, incluyendo detalles curiosos, como la vestimenta que usaban (anda que no tiene mérito), fotos comparativas de cómo vivían hace 50 años (algo más, serían 50 cuando se fundó el museo) en los Alpes y cómo se vive hoy en día en Nepal, que da como resultado que la única diferencia es el color de la foto, para reflexionar.
La tarde ha sido para el Tíbet. A pesar de que el taxista se ha parado a recoger a su "hermana" y a una amiga (ya hablaré con el del hotel), he llegado a tiempo para asistir a los rezos de la tarde, que acompañan con el sonido de trompetas, entre ellas las famosas trompetas alargadas que tienen que apoyar en el suelo por su peso. Era inevitable hacer comparaciones con el monasterio coreano, más vistoso el rito tibetano, pero más embriagadores los cantos coreanos. En cualquier caso, un buen rato de tranquilidad ganada, porque las encantadoras criaturas que ha recogido el taxista se han pasado el viaje gritando y riendo.
La visita a estos asentamientos se tiene que completar, se quiera o no, pasando por caja. Unos adorables ancianitos tienen sus puestos en el camino al templo, y a la mínima que se les pregunta, te recuerdan lo que sufren en el destierro. Como para no comprar un collar, sin excesivo regateo. Al parecer no tienen muchas más fuentes de ingresos que la artesanía, que no sólo venden en sus asentamientos, sino que también suben a los trekkings y ponen allí sus puestos mientras dura la temporada ese caza de turista.
A la vuelta, casi casi doy un paseo, pero el taxista, compinchado, sin duda, me ha parado justo enfrente del Olive. Hace dos horas. Y aquí sigo.

1-IV-2014 Jhinu

He conseguido apropiarme de la terraza del lodge, todo un logro teniendo en cuenta que nada por aquí un grupitos de franceses, muy dados en estos ambientes a tomar posiciones en las zona más estratégicas. Así que tengo la ubicación perfecta para observar el desfile de caminantes entremezclados con porteadores.
Thamel, Kathmandú: parece breve, ¿no? ¿Sería interrumpida por la horda gala? No es tan fácil arrebatar una terraza a estos grupitos. No, nada de eso. Los franceses siguieron camino hacia arriba, y yo seguí durante unas cuantas páginas rememorando la bajada del ABC. Otra vez tuve suerte y acudieron al rescate una ecuatoriana, un polaco y un francés. Las conversaciones habituales, agradable, sin duda, pero la emoción de los días de subida, la expectación, se ha perdido. Es diferente: ahora también me levanto de madrugada a admirar el Machhapuchhre, también saco montones de fotos, también lo contemplo, lo saboreo a distintas luces. Sé que he estado justo ahí, debajo, respirándolo. Pero ahora tengo que preguntar ¿será está la última vez que lo vemos? Y camino mirando hacia atrás.

domingo, 6 de abril de 2014

31-III-2014 Sinuwa Lodge

Un francés largo y flaco le ha hecho a un niño un perro con un globo. Dice que está en una ONG y que eso es mejor que darles dulces, que es lo que ellos piden. Creo que ha sido después de que se me cayeran las lágrimas porque quería volver a mis montañas.
Como suponía, bajar no ha sido fácil. Doloroso, más bien. Abandonar tan rápidamente el Campo Base, aún no sé si ha sido buena idea. Una noche de escaso sueño otra vez, por no querer perderme nada. En la luz penumbrosa de las 5 de la mañana ahí estaba, el Annapurna, rosa, azul, negro, fabuloso.
Corriendo a las 6 llevo a Soros al punto de la foto: foto del glaciar, foto del Annapurna, Annapurna Sur, Himchuli, ahora con más luz, más naranja, más fantásticos, y también Fishtail, y otra vez, más fotos, la luz cambia.
Bajar hasta el Machhapuchhre Base Camp es una gozada, casi corriendo, la nieve, el sol. Mr. Dev se cae una y otra vez (habrá más de dos metros de nieve y él es el que más peso lleva), pero los tres nos reímos y lo pasamos genial. Seguimos hasta la zona del hielo y las avalanchas, con menos hielo que el día anterior y Soros atento a los ruidos de aludes (yo también, cada vez que entramos en un tramos peligroso corro hasta pasarlo).
Al llegar a Deurali empiezo a darme cuenta de lo que he hecho: emprender el camino de vuelta. Duro. Otra vez muchas ganas de llorar, incluso mal humor. Estamos volviendo sobre nuestros pasos, no me gusta volver por el mismo sitio. En Bamboo, donde se supone que vamos a dormir, no hay sitio, me enfado, estoy cansada y quiero llegar a donde sea. El pobre Soros se agobia con mi enfado, pero se nos pasa enseguida. Me convence de que en Sinuwa habrá sitio, y yo le convenzo de que ni hablar de pararnos a comer en Bamboo si queremos que realmente en Sinuwa tengamos habitación. Así que nos comemos una cuantas escaleras más hasta Sinuwa.
Green Mansions Resort, Chitwan: hasta aquí llega la narración, que he tenido que completar con textos escritos el día siguiente. Como se ve, había sido un día larguísimo, estaba agotada en cuerpo y alma y no hubiera podido escribir gran cosa. Por suerte, un finlandés, el francés de los globos (¡y también ukelele, un fenómeno!), un canadiense y una china de Nueva York me sacaron de mis melancólicos pensamientos y disfrutamos de charlas viajeras hasta cerrar el local (a unas horas intempestivas, las 8 de la noche, creo). Un placer.