sábado, 2 de noviembre de 2013

Día 2: yo creo que se me ve el plumero

Casi con toda seguridad no se han dado cuenta de lo del bizcocho de contrabando; pero lo que es notorio es mi muy poco ortodoxa postura de meditación, me siente como me siente, el resultado es un dolor extremo. Así, voy probando, piernas en flor de loto, piernas en semiloto, piernas estiradas... Acabaré como el francés que fumaba a escondidas, tumbada y roncando.

Lo del bizcocho no ha sido intencionado, se metió en mi mochila de forma sorpresiva. Yo me lo iba a a comer por el camino, desde Seúl hasta Golgulsa, pero no tenía hambre y llegó vivo aquí. Yo tampoco sabía que la comida iba a ser tan poco interesante, eso siendo amable. Y ni se me había ocurrido pensar que habría una norma de "no comer nada fuera de las comidas del templo, no introducir alcohol ni carne". Carne no, pero unas cervecitas... ¿Para qué, pues, la nevera en la habitación?

Habitación que hoy he disfrutado sola, por suerte. Ayer la compartí con dos entusiastas, majas chicas, sin duda, que han abandonado un día antes, aquejadas de dolores varios y falta de sueño, tal vez acuciado por aquello de levantarse aún más temprano para maquillarse, algo que todos sabemos es imprescindible para acudir a los cánticos de las 4:30.

Como no siempre consigo dejar mi mente a cero, concentrarme en mi respiración, en el movimiento de mis manos o de mis pies, a veces, no siempre, sólo alguna vez, me da por pensar. En uno de esos raros momentos he concluido que, quizás, lo más interesante de este templo sea la fauna variopinta que lo frecuenta. En sólo dos noches aquí ya he visto una buena muestra: el mencionado francés, por ejemplo, parecía obligado y no quería hacer ninguno de los ejercicios. Esa es la actitud más curiosa: nadie te obliga a venir, se supone que estás aquí porque te apetece aprender, ¿a qué viene esa rebeldía adolescente? (con cincuenta y pico que tendría el elemento)

Las que sí son adolescentes son un grupo de 5 coreanas que están aquí castigadas por su colegio. Como si ser adolescente no fuera suficiente suplicio. Pobres. Hasta los móviles les han quitado. Por supuesto, nada de lo que se hace aquí les interesa un pimiento, pero, con tal de no volver, es casi seguro que a la vuelta se portarán mejor. O no, el adolescente humano no es de los animales más listos que hay.

No se queda en esto la fauna: parejitas que vienen juntos a experimentar (atención, habitaciones separadas, que nos descentramos), y un grupo también variado de residentes más o menos permanentes. Entre ellos, los niños que han sido acogidos aquí por causas diversas son un caso especialmente delicado. Se podría hablar mucho de qué es mejor, si una familia de adopción (que también tendrá sus creencias religiosas) o una comunidad. Se les ve contentos, desde luego que aquí entretenimiento y gente nueva a diario no les falta.

Más casos: los aprendices de master. Hay un grupo de gente, bastante joven, de orígenes diversos (Francia, Reino Unido, Corea) que están aquí para "sacarse el título" de master de sunmudo. El sistema va en función de número de campanas, creo que Sarah Palmstogether (se despide en los mails con un Palms together, me hizo gracia) nos dijo que 3 campanas era el máximo para ser master, y para pasar de la segunda a la tercera hacían falta entre 7 y 10 años. Estos son los que más contacto tienen con los pringadillos que vamos de turismo, por el idioma y porque entre sus funciones estamos nosotros: recepción, alguna clase, dudas varias, lo típico, llegas a un sitio así, te ves perdidísima, y a quién preguntas, ¿al calvo con túnica o a la pelirroja de gafitas?

Si, por ponerte original, le preguntas al calvo, te responderá, pero ya veremos en qué idioma. Estos son los masters, los monjes que saben hacer todos esos movimientos y flexiones tan chulos y que nos dan clase con una paciencia infinita y un dominio absoluto del coreano. Paciencia porque hay que ver el cuadro que sale si le pones a un tipo de dos metros de Wisconsin a hacer estiramientos y posturitas, comprenderéis que por respeto a mis compañeros y a mí, no haya sacado fotos de esos momentos de ridículo colectivo. Lo del idioma tal vez fuera parte del aprendizaje, los números en coreano y otras palabras que dejamos a la telepatía, y que yo supuse que serían, sin duda, palabras de ánimo y felicitación por lo alta que me había salido la patada.

Ahora, con absoluta sinceridad, ha sido una buena experiencia. No sólo porque algún master sabía inglés, sino por la serenidad del lugar, de la gente, ese trato amable, con empatía, sin ser efusivo, puede ser muy cálido. ¿Apto para todos los públicos? En absoluto. Ya he comentado que hay que saber a lo que se va: se madruga, se medita, se hace mucho ejercicio, y eso puede doler, puedes descubrir que músculos hasta el momento desconocidos empiezan a quejarse; la comida es frugal y estrictamente vegetariana, además de coreana, lo que implica kimchi (verduras fermentadas muy picantes) a todas horas. Entre otros platos, no es obligatorio, pero esta ahí, notas su presencia que amenaza con saltar a tu bandeja. A cambio, puedes aprender mucho y, como decía, meter la punta del dedo en un nuevo berenjenal.


Entrada a Golgulsa

 

 

 

Uno de los edificios de dormitorios

 

 

También practican tiro con arco

 

Sala de ejercicios

 

 

 

Demostración de sunmudo en el templo principal

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario