miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cuentos de Tokyo (y 2)

Mi amigo polaco sigue sonriendo. Ahora sé que es polaco, que lleva una semana en Japón y que vivió un año en Barcelona, por lo que conoce la existencia de Bilbao. "Tengo amigos bolivianos allí". Habla muy bien castellano, aprovechó el año en Barcelona. También sé que es de algún lugar del centro de Polonia, pero mi polaco no es tan bueno como su castellano, así que, sólo eso, de algún lugar del centro de Polonia. Mis dos semanas en Polonia hace algunos años no me cundieron como para expresar más que adiós y gracias.
El obento* sigue esperando, y realmente necesito reponer fuerzas, hay momentos y miradas que te pueden gastar. Como el ojisan* del metro.

Esa mañana había dado un par de vueltas por la laberíntica estación de Shinjuku. A estas alturas, ya sin miedo a expresarme en japonés (y que pase lo que tenga que pasar), había conseguido que un empleado de los ferrocarriles captara que me había equivocado al sacar el billete y que, por favor, me sellara de alguna forma para seguir avanzando por el subsuelo tokyota. Sello conseguido, más recomendación de que, sin duda, mucho mejor si voy en la Yamanote (una línea de tren que hace un recorrido circular por Tokyo, al aire, con vistas).

Avanzo por todos los controles con mi billete sellado (¿qué habrá puesto?) hasta la Yamanote, tan frecuentada la primera vez que vine a Japón; casi siento nostalgia de aquellos días después del terremoto, dando vueltas por Tokyo, calculando siempre si podría llegar andando al ryokan si pasaba algo y volvían a cancelar todos los trenes. Hacia fuera, sin embargo, transmitía tranquilidad: eso me dijo un chico valenciano que acababa de llegar a Japón, en plena crisis nuclear. "¿Vives aquí en Tokyo?" Supongo que la botella de té frío en la mochila y mi habitual cara de impasibilidad le han despistado. Como he dicho, acaba de llegar; este viaje es, igual que para muchos, su viaje soñado y se ha topado con el terremoto, Fukushima, los cortes en el suministro de la luz y los medios de comunicación aterrorizando a sus familiares con escenas de hecatombe y supermercados vacíos. "Mi mujer me ha dicho que o me voy al sur, a Kyoto, o me vuelvo a casa ahora mismo, y yo no quiero volver" Le acompaño a una taquilla de la JR* para que se saque un billete a Kyoto y sigo mis paseos en busca de la normalidad; grabo vídeos de mercados llenos de comida, de pasos de cebra llenos de gente, y los envío a casa. "¿Veis? Nadie ha huido, todo está tranquilo"

Eso era hace dos años. Hoy, como decía, ha sido el ojisan el que me ha emocionado. Se puede llorar sólo con recibir una mirada, con ver cómo su expresión cambia del desconcierto a la gratitud porque le cedí mi asiento. Era un hombre muy mayor, con la piel pegada al cráneo, estirada por los años; estaba vestido del modo tradicional, tal vez acudía a algún acto, y caminaba encorvado, con pasitos muy pequeños. Me pareció lógico pensar que a él seguro que le pesaba más la vida que a mí mi mochila con el té frío, y la cámara, y el chubasquero, y las mil cosas que iban haciendo sitio desafiando las leyes básicas de la física. Varias estaciones más tarde, yo estaba sentada frente a él. Mi ojisan tenía la mirada totalmente perdida, no estaba allí ni en el espacio ni en el tiempo. ¿Para qué? ¿Para qué le podemos interesar, si puede vivir en alguna dulce memoria? Ochenta, quizás noventa años de historias, de músicas, de voces y sonrisas, qué representan frente a un vagón de tren lleno de jovencitos con traje negro. Y una extranjera que le cede el asiento. 

Llegamos a su parada, vuelve a este lugar y este momento, su cara recupera la expresión para sonreírme, una sonrisa larga y feliz. La sonrisa entra por mis ojos y va directa a los lagrimales. Unas lágrimas cálidas que fluyen sin estrépito, sin sollozos, sólo lágrimas rodando en silencio. ¿Qué había en esa mirada?



Mi amigo polaco mira a su alrededor mientras hablamos de Japón. El sol le molesta, pero nada puede con esa gran sonrisa. No sabe aún cuánto tiempo va a estar por aquí, ni a dónde va a ir. Necesita encontrar un sitio para conectarse a internet, y ya verá por dónde tirar. Nos despedimos, ya puedo concentrarme en mi obento. Las miradas vuelven a mi cabeza, todas esas miradas que no pueden fotografiarse, danzan, me reconfortan, me acompañan. Todas ellas volverán conmigo.





Ojisan: hombre anciano, tío.
Obento: comida japonesa para el mediodía, pequeñas porciones cuidadosamente colocadas en una cajita o en un tupper.
JR: Japan Rail, línea de ferrocarriles japonesa.



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