miércoles, 16 de octubre de 2013

Del tifón que viró al norte

Ante todo, tranquilidad, que no pasa nada. Por Japón pasan tantos tifones que ni les ponen nombre, los numeran. Este en concreto creo que es el número 26 de la temporada. Un tifón por estas latitudes, tan al norte, no suele ni rozar, y lo que ha llegado no ha sido más que lluvia, algo de viento (unos 30 kms por hora, todo lo más) y, eso sí, en abundancia, nieve. Y para ser mi estreno como conductora en Japón, con la relativa inseguridad que conlleva desconocer las carreteras y el vehículo, pues en fin, cómo lo diría, entretenido cuanto menos.

Recuerdo esa bonita conversación en un soleado día de verano, cuando le comentaba a mi pareja que había reservado un coche de alquiler para ver Hokkaido, y que lo había pedido con GPS, aunque no las tenía todas conmigo de sí sabría manejarlo. "Ah, pues muy bien, si todos los GPSs funcionan igual", decía él. Ja. No, en absoluto, aquí tienen una idea distinta del mundo, y por ende, de los GPSs. Para decirle a dónde quieres ir, hay que meterle unos códigos, y para hacer eso hay que saber los códigos y saber descifrar miles de botoncitos llenos de kanjis. O poner cara de angustia y que en la oficina de alquiler te marquen, al menos, el primer destino. En plan súper extra he conseguido que el aparato me hable algo en inglés de vez en cuando, por tener compañía, más que nada.

Primera prueba superada, consigo salir de Sapporo con normalidad, me incorporo a la autopista (bien, Ko, bien, tú puedes). Llueve mucho, pero no problem, no se puede ir a más de 80 con lluvia, mejor, más tranquila.

¿Estoooooo...? ¿Y estos copos? Ufff, nada, parece que no cuaja, en cuanto baje este puerto, vuelve a ser lluvia. Dice la tipa esa del GPS que me quedan sólo 20 kms., ya tengo ganas de llegar, girar a la izquierda, subir por estas curvas...

En efecto, nieve, mucha, en la carretera, y más nieve cayendo. Si me paro, tiene toda la pinta de que se va a cubrir y en un par de horas va a ser imposible subir. Ahora o nunca. Qué 20 kms. más largos, a 20 por hora, aferrada al volante, sin salirme ni un milímetro de las huellas de algún otro coche me había preparado. Hubiera besado el suelo (la nieve, más bien) del hostel cuando por fin ha aparecido entre la niebla, pero el frío a veces puede con los sentimentalismos. He preferido lanzarme de cabeza al rotenburo:

 

Sí, esas son mis huellas, y ese rotenburo de agua bien caliente merecía salir desnuda a bajo cero.

Por sí no fuera suficiente, una opípara cena y todo olvidado:

¿Parece bueno? ¡Pues sabe mejor!

En el hostel me han informado, muy consternadas, de que puede que mañana el camino para subir al monte Asahidake no esté practicable, y que comprenderían perfectamente que cancelase mi reserva. ¡De eso nada! Ya me daré una vuelta con raquetas, o me paso el día merodeando por la cocina entre chapuzón y chapuzón. Y pasado mañana puede que se acabe el temporal, o no cabré en el coche de tanto comer y remojarme y me convertiré en un personaje Ghibli.

Los estruendos interrumpen el silencio de la nieve... son los tejados, que lanzan su carga, puñados blancos de merengue que se aplastan pesados y fríos. Nieva en Hokkaido.

Animalitos...

Ayer se me pasó compartir un pequeño momento de regocijo visual. Decidida ya a plegar velas hacia el hostel, me tropiezo con este desparrame de taquillas en la estación JR de Sapporo:

 

 


¿Taquillas para niños? ¿Ayudita para recordar si dejé la maleta en el mono o en el osito? Ni idea, creo que, sin más, es otro ejemplo de la costumbre local de ponerle muñequitos a todo: a las vallas indicadoras de obras, a todo tipo de letreros de aviso (y este es, sin duda, el país de los letreros), a los trenes, a los aviones, dibujitos de animalitos kawaii ("mono", bonito) a diestro y siniestro. Para mí cazarlos se está convirtiendo casi en un hobby, como coleccionar fotos de japoneses durmiendo en cualquier lugar (otra que... vaya facilidad que tienen, qué envidia).
Como siempre que crees que el día se ha terminado, no se vayan amigos, aún hay más:
 

Aquí tenemos a un tomate y a una ovejilla advirtiéndonos de mirar a derecha e izquierda antes de cruzar. Advertidos estamos, pues.

 

martes, 15 de octubre de 2013

Nueva actividad: visita al médico

Esto del médico no ha sido para practicar vocabulario, ni porque la idea de ir al bier garten de Sapporo o al museo ainu de repente hubieran dejado de interesarme. No, mi contractura se ha levantado en plena forma y había que buscar una solución, o me esperaban semanas poniendo cara de agonía sólo con levantar la cámara de fotos. Así que la mañana y parte de la tarde que me he pasado entre hablar con los del Sapporo International Youth Hostel (se merecen la publicidad, han sido muy eficientes), el seguro de casa, el contacto del seguro en Tokyo, el taxista, médicos y hasta un traductor, por si acaso, espero que sirvan para algo más que para hacer una investigación de campo sobre el sistema sanitario nipón.

 

En principio, la figura del señor doctor endiosadillo parece ser universal. Sin tocarme la espalda, y a pesar de que le he explicado la problemática del músculo en cuestión y su habitual reincidencia, ha diagnosticado, muy serio, digno y condescendiente, que padecía un problema muscular. No quiero imaginarme lo que facturará por tan complicada deducción. Tampoco ha querido comunicarse conmigo a través del médico-intérprete, que sí sabía bien inglés, pero que, dentro de la jerarquía, seguramente estaba en el subsuelo, por ser unas cuantas décadas más joven.

 

Lo que sí me ha gustado ha sido la prescripción: unas pegatinas, a administrar dos al día, que, receta en mano, me han proporcionado en la farmacia de enfrente. También me ha gustado cómo han llevado todo el proceso, desde la primera llamada al seguro (les haré publicidad cuando cobre el ticket del taxi) hasta la farmacéutica que me ha acompañado casi a la estación del metro: en todo momento, facilidades, simplificación de trámites, amabilidad. Lo dicho, sólo falta que me deje de doler.

 

A cambio, ni cervecera, ni ainus; al salir del médico, asalto a la oficina de turismo para aprovisionarme de mapas de todo Hokkaido y un par de visitas para, al menos, pisar alguna calle de Sapporo. Aviso a navegantes: no es fácil ver el exterior de esta ciudad. De la que, por cualquier razón, haya que pasar por la estación JR, os veréis abducidos por un laberíntico centro comercial: libros, ropa, restaurantes, cafeterías, dulces, todo con tal de no salir al exterior. Se nota que aquí hace mucho frío. Pero, cual Paco Martínez Soria diciendo "la ciudad no es para mí", ese mega centro comercial tampoco ha podido conmigo. Este bol de ramen en uno de los restaurantes de las galerías era sólo para coger fuerzas:


El tiempo no daba para mucho: el antiguo edificio del gobierno de la prefectura, una elegante estructura de ladrillo rojo del año 1888 y que fue durante muchos años una escuela de agricultura.
 
 
 
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
La torre del reloj es ese punto que tienen muchas ciudades en el que todo visitante tiene que retratarse. Aún así, creo que he conseguido alguna foto sin público. Dicen en las guías que es decepcionante: eso siempre depende de lo que esperes. En mi caso, suponía que habría un reloj, por lo tanto, expectativas cubiertas. Cierto que está encajado entre rascacielos, pero tal vez sea ese punto de resistencia en su obstinación por ser pequeño y de proporciones humanas lo que me atraiga de esta sencilla casita de madera.
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
 
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
 
Los jardines del gobierno, y, cómo no, rascacielos de fondo
Para terminar el día, unas tomas nocturnas frente al centro de la ciudad, con sorpresa televisiva (estaban rodando algún incomprensible concurso infantil).
Siento no poder dar un informe más amplio de Sapporo. No será esta vez: mañana me dirigiré hacia el parque de Daisetsuzan, si el tifón que se acercaba realmente está debilitado y no me da la tabarra demasiado.

 

lunes, 14 de octubre de 2013

Agur, merci, konbanwa. Encuentros y desencuentros

Quién lo iba a decir, que después de estar el sábado de esta guisa en la boda de una amiga, con la maleta a medio hacer...
Día y medio más tarde iba a conseguir llegar medio entera a Sapporo. Con mi cervecita, después de cenar cosas raras del konbini (iba a sacar foto, pero me ha podido el hambre) y pasadita por el onsen bien caliente cual vulgar tamago.
Pero sólo he llegado medio entera, que conste. Los otros trozos estarán en el avión de Airfrance, esos grandes admiradores de los hobbits, que han conseguido que conozca nuevas facetas de lo dolorosa que puede llegar a ser una contractura en la espalda durante 11 horas encajada en su, seguro que muy rentable, instrumento de tortura voladora. Sigue siendo el más barato, aunque no tenía yo ayer el cuerpo de sardina enlatada. ¿Me podría haber colado en mitad de la noche en un butacón de business? Ahora se me ocurre, tarde, muy tarde.
Aún sí, dolorida y comprimida, la cosa se iba animando. Muchos encuentros: japoneses saludándose a reverencia limpia en el aeropuerto CDG (tanta reverencia que, por empatía, mi espalda sufría); el surtido de baños a elegir:
  • para habilidosas
  • para sibaritas

Siguiendo con los encuentros y las funciones básicas: mis botellas de te frío, esa primera bandejita de bento:

Y mil y una conversaciones mezcladas al azar, alguna palabra cazada, muchas miradas de curiosidad (qué hace aquí, ¿esa mochila?, ¿sabrá a dónde va?, ¿americana?, uy, si dice dos palabritas en japonés) , los olores de los restaurantes despistándome por las calles ya nocturnas de Sapporo, atrayéndome y escurriéndose por callejones en tinieblas... tanto, tanto me han distraído que he salido del Youth Hostel a comprar algo para comer y me he perdido como una campeona. A la quinta vuelta al mismo centro comercial he tenido que recurrir al tópico de la japonesa amable, que, fiel a la leyenda de legendaria hospitalidad, me ha acompañado hasta dejarme en zona segura. O puede que yo no me haya perdido ni ella fuera amable, y sólo quisiéramos hablar y caminar en la noche.
Lo que empiezo a tener claro es que me he ganado la cama, y que, casi fijo, mañana Sapporo tendrá muchas cosas que enseñarme. Porque yo venía aquí a algo, estoy segura de ello, aunque ahora no tenga ni la menor idea.


lunes, 7 de octubre de 2013

¡Y van 3!

¿Otra vez a Japón? ¡Pero qué te dan allí! ¿No hay más lugares en el mundo? (de hecho, los hay, acabo de llegar de Chile) ¿Y lo de Fukushima? ¿No irás al norte, no? ¿Y también a Corea? Pero a cuál, ¿a la del norte o a la del sur?

Estas dudas existenciales y algunas más serán respondidas ¡EN VIVO Y EN DIRECTO!. O eso pretendo, darle vidilla al blog y lanzar entradas más o menos diarias (ya me estoy rajando... no, venga, algún día descansaré, o el wifi "no funcionará",  siempre nos quedarán los fallos tecnológicos como gran excusa).

He aquí el plan:

  • Hokkaido: estaré por el camino del mar del norte unos 9-10 días. Momiji (llego por los pelos), volcanes, delicias culinarias, lagos, conducir por la izquierda, cerveza (¡no a la vez!) y cascabeles para ahuyentar a osos hambrientos.
  • Tohoku: retomo el plan de 2011, cuando, por un día, me libré del terremoto. Me encontraré con la amiga que no pude conocer y me enseñará las maravillas de esta región. Más momiji, más montañas (de eso nunca hay bastante), la bahía de Matsushima y, quién sabe, ¿habrá karaoke? No hay que desperdiciar ocasiones de hacer el ridículo entre desconocidos.
  • Corea del Sur: Seúl, Golgulsa y Gyeongju. Sólo con aprender a pronunciar correctamente alguno de los sitios por donde voy a pasar, casi me conformaría. Una semana por este extremo del continente asiático, tiempo justo para ir de la DMZ a los túmulos funerarios de Gyeongju, pasando por prácticas de sunmudo (arte marcial budista), dormir en un hanok (casa tradicional coreana) y, quién sabe, alguna montaña (no, nunca son suficientes)
  • Tokyo: tres días maratonianos de citas con amigas y visitas pendientes (Tsukiji, Odaiba). Lo de quedar con amigas que también están de viaje por Japón puede ser especialmente divertido: eso de decir "nos vemos en Shinjuku para tomar algo", no sé, no me imaginaba yo que llegaría a decir nunca. Tampoco será para perderse cuando se den cuenta de mi nivel de desconocimiento de Tokyo (tendente a infinito) o de mi soltura al pedir en un izakaya, ese dedo índice que tan hábilmente señala y pide raciones en cualquier idioma.

Como podéis comprobar en este super google mapa que he tuneado yo misma, voy a dar un par o dos de vueltas, con la venia de las aerolíneas.

Viajar es fácil, sólo es cuestión de seguir las flechas.

Está claro, ¿no? Si todo marcha regularmente bien, nos veremos por aquí. Y si no, desde la B hasta la Z hay muchos planes alternativos. Mata ne!

jueves, 26 de septiembre de 2013

El ikulibro

Hago un paréntesis en mis paseos nipones para presentar (qué tontería, seguro que está más que presentado) el proyecto de libro de un futuro padre de un niño japonés. Vamos, pausa para la publicidad, pero de la buena, ¿eh? ¡Que no se mueva nadie!

Oskar, ikusuki... yo a este chico, más que nada, le conozco de leídas (y de oídas de su amigo neki). Por las leídas sé unas cuantas cosillas de él: que se dedica a desgastar los teclados (rascateclas dice que es, mira que hay gente rara por el mundo), que es vasco de Zalla, pero vive en Tokyo, que, como todo el mundo sabrá a estas alturas, es un barrio de Bilbao, un poco más allá de Otxar, pero sin vistas al nuevo San Mamés (¡pobre gente!). Pero mejor se presenta él: vídeo de 6 minutejos, se puede ver.

¿Todo esto para...? Para hacer caja, para eso es la publi, ¿no? ¡Falso!: todo esto para que podáis leer, en papel o en pdf, las virguerías que se le pasan por la cabeza a Oskar; para que lloréis con él (facilidad que tiene para eso), para que os enfadéis (yo lo hago a menudo, no soy fan incondicional), para emocionaros, para relajaros viajando desde el sofá, para que acabéis magullados con sus pataditas karatekas, para que os hagan regalitos si sois unos supermecenas muchimillonarios y, de paso, para ver un sueño hecho realidad.

Y tooooooodo esto, ¡a golpe de dos clicks!!!!!!!!

A estas alturas, ya lo habréis comprado, pero bueno, se puede repetir (las navidades se aproximan, amenazan con volver, y hay que quedar bien).

Fin de la pausa.



lunes, 5 de agosto de 2013

Parte 8: no entiendo nada

Visto así el título, podría parecer que estoy hablando del idioma, de algún kanji especialmente enrevesado o del acento local. Sí, bien, de eso también podría hablar, pero los tiros no van por ahí.
Estimado público (redoble de tambores), no es tan fácil pasearse sola por Japón si eres una mujer. A esta reveladora conclusión llegué después de recorrer las calles de Takamatsu y ser, en contra de mi voluntad, foco de atención de tipejos más o menos educados (la balanza se inclina hacia el menos), que parecían muy interesados en hablar conmigo, seguirme en su bici, o simplemente gritar un "American, American" a mi paso.
Definamos claramente el contexto: a plena luz del día, calles amplias, el famoso parque 栗林公園 (Ritsurin kōen), mujer occidental normal y corriente, vestida normal y corriente...¿qué les pasa a estos? También hay que matizar que si, en vez de una mortal más, yo hubiera sido un ser fantástico, tipo súper modelo deslumbrante, hubiera dado lo mismo. Es una falta de respeto, es incómodo, no es en absoluto halagador. No diré que esto no pase en otros países, por desgracia pasa, esto y mucho más. Simplemente, me pilló por sorpresa. Estoy acostumbrada a moverme sola por el mundo, tomo las precauciones lógicas: no salir de noche, no entrar en bares-tabernas-izekayas donde sólo haya hombres, caminar por calles amplias, concurridas y bien iluminadas, dar la sensación de que sé por dónde voy (descartado, pues, ir con el mapa en la mano). Puede ser un poco fastidioso, pero una mínima prudencia aporta tranquilidad: se trata de pasar desapercibida, en la medida de lo posible.
Retomando el caso nipón, tampoco creo que haya que alarmarse en extremo, si se tiene sentido común. En un mundo perfecto, las mujeres no deberíamos tener ningún problema por tomarnos unas cerveza en un pub o dar un tranquilo paseo después de la puesta del sol, en cualquier lugar del mundo. Por ahora, no es así.
Rumiando pensamientos dispares en mi cabecita, hice un esfuerzo por disfrutar del 栗林公園 (Ritsurin kōen), incluido en alguna de esas clasificaciones de "una de las tres mejores algo de Japón". En este caso, la vista del puente Engetsu kyō está entre las más bellas de país. Cuestión de gustos, yo no tenía el día, entre el cabreo monumental y el calor, no estaba en la forma mental adecuada para percibir las sutilezas de los jardines del daimio. Así y todo, estamos a lo que estamos y para eso hemos venido, he aquí unas fotos del parque. ¡Atención a la piedra regalo!

Regalo de un daimio de Kyushu al daimio local.

Seguía dándole vueltas al por qué de repente me había convertido en "sueca en Benidorm" (en los años 60, en la costa mediterránea española, las nórdicas arrasaban entre la población indígena masculina, por su físico y por su carencia de la castrante educación religiosa que sufrían las nativas, que les permitía lucir bikini sin temor a la santa inquisición)
Un paseo por la concurrida avenida comercial frente a mi hotel y ¡eureka! Como en un juego de "señale las diferencias entre estos dibujos", busqué qué distinguía la forma de vestir de esas encantadoras criaturas japonesas y la mía: el escote. O la ausencia total de él, en el caso de ellas. Podrán llevar la minifalda minúscula, pero lo que no se verá es piel por debajo del cuello. Ni en verano. Ni con calor. Nada. Mi escote era de lo más sobrio, pero todo un despendole comparado con la costumbre local. Si a eso le sumamos un moderado exotismo (muy moderado, el mismo que tiene en Europa una oriental), empiezo a comprender algo mejor la situación y la causa de mi repentina transmutación en nórdica. Todo un descubrimiento que alivió mi estupor, teniendo en cuenta que el año anterior también había estado en Japón y no había notado que ningún hombre percibiera mi existencia (la cómoda invisibilidad), pero claro, era invierno y yo también iba tapada con doble capa.
Resueltos los entuertos, desvelado el misterio, un paseo por el castillo al borde del mar, el 高松城 Takamatsu jō, en el parque Tamamo kōen.
Un bonito castillo, bonita puesta de sol, ¿se puede pedir más? ¡Sí! Para una nadadora empedernida como yo, ¿qué puede ser más curioso que descubrir un foso-piscina? ¿Tal vez un estilo de natación nuevo, el estilo Suinin Ryu, por ejemplo? Explicado está en el cartel: en el siglo XVII Yorishige Matsudaira, del clan al que pertenecía el castillo, pensó que la natación debía de formar parte del Bushido, el entrenamiento de los guerreros, por lo que se les enseñó a nadar en los fosos del castillo, que, al estar en el mismo puerto, estaban llenos de agua salada. Él mismo era nadador habitual y aún hoy se celebra anualmente el 3 de junio un festival de natación.


Absolutamente prohibido salir de Takamatsu sin probar los sanuki udon (Sanuki es el nombre antiguo de la provincia de Kagawa ken). Ya al bajar del avión los ofrecían, y dado que esta era la última noche en Shikoku, no había más opciones. Debe de ser un poco tonto preguntar en Takamatsu si esos udon que me has servido son sanuki, a juzgar por la cara de "pero qué despistada es esta gaijin preguntándome esta chorrada" que me puso la cocinera, pero la amabilidad le pudo y yo me comí esto. Lamento no poder dar un crítica del sabor, textura o calidad, pero no soy especialista en udon y a mí me saben todos parecidos. Que no me oigan en Japón, es un asunto cuasi religioso esto de la comida.
Expediente finalizado, todo listo para volar a ¡Okinawa!