martes, 5 de noviembre de 2013

Cuentos de Tokyo (1)

"¿Y qué es lo que más te gusta de Tokyo?"
Llevaba unos pantalones cortos de baloncesto, las greñas más desmadejadas que he visto en mucho tiempo, como si todo su pelo se hubiese reunido desde lugares diferentes y hubiera aterrizado sobre la cabeza sin un plan previo, en concordancia con su gran estatura, los brazos y las piernas moviéndose tratando de imitar el pelo. Me había fijado en él unas horas antes, al verle enviar un paquete en una oficina de correos en Shinjuku. Yo, y toda la oficina, porque acompañaba el aspecto con una sonrisa de ilusión inabatible y le hacía ser la imagen viva de un niño grande. Enorme.
Ahora se estaba interponiendo entre mi obento y yo, con el hambre que tenía ... Aún así, fui amable.
"Pues no me gusta mucho Tokyo, la verdad"
Ayer sí, ayer me gustó mucho. Sobreviví a Tsukiji, eso genera adrenalina. Me defendí de monstruos y carretillas con bastante habilidad. Incluso osé entablar conversación con uno de sus moradores, un recio pescatero que se avino a decirme el nombre de un pez. A mí no me interesaba mucho el pez, era por hablar; pero yo le interesaba menos a él que el bicho, los trabajadores de Tsukiji están más que hartos de los turistas, en el mejor de los casos recibimos indiferencia, en el peor miradas hostiles. Probablemente yo haría lo mismo, si alguien se paseara por mi oficina sacando fotos de mis informes. Hay gente muy rara por el mundo.
Primer plano de monstruo... ¡Y levantó una pata para saludarme!
Para limpiar mis zapatillas de escamas de pescado, me fui a los jardines de Hamarikyu, a coleccionar típicas estampas japonesas. Nunca tengo suficientes, hay hueco aún para más jardines, más casas de té, más momentos de silencio acariciada por el sol.
Saliendo de Tsukiji, a la derecha

300 años de pino







Té con instrucciones

Esta vez había un plan, claro y detallado. El plan decía coger un barco desde Hamarikyu hasta Odaiba. Seguir el plan, dejarme llevar, sonreír bajo el sol de otoño, sacar fotos de barcos fantásticos, hablar del tiempo con un americano, seguir sonriendo, viento en la cara, fotos del Rainbow bridge, fotos de la bahía, desembarco en Odaiba.










Odaiba. "Vete a Odaiba, hay un robot que echa humo, y puedes esperar hasta el atardecer. Entonces es cuando el apocalipsis asola la ciudad, y las luces de dos soles se reflejan en edificios abandonados. Tan sólo una última pareja de habitantes huyen de la ciudad..."




"Vete a Odaiba, y siéntate hasta que llegue la noche. Deja que tus ojos trabajen engullendo los cambios en la luz, siente cómo tus pies se entumecen, las manos, mientras, calientes en los bolsillos, listas para salir y manejar la cámara. Todo lo que buscas está ahí, no tienes que hacer nada, sólo siéntate y espera".






"Ahora tienes frío, y hambre. Vete a Oedo Tokyo Monogatari, báñate en vapor, come vapor, fluye como el vapor por el aire de Tokyo".





lunes, 4 de noviembre de 2013

Calles de Seúl

Hoy era uno de esos inevitables días de autobuses, avión, metro, autobús... He perdido la cuenta, me ha costado tantas horas llegar al hotel de Tokyo, que aún estoy desubicada. No recordaba la inconmesurabilidad de esta ciudad, pero se lo he perdonado al ver su skyline desde el autobús. Le daré otra oportunidad.

Pero la protagonista aún, por último día, es Seúl. En el par de horas que tenía libres antes de arrastrar mi mochila por medios de transporte varios he decidido vaguear por la calle, entre café y café, para ver con qué me tropezaba. He estado muy poco tiempo en Corea, seguro que me he perdido muchas experiencias interesantes; sin embargo, me voy muy contenta con lo que he vivido, lo que he visto, hasta con el kimchi de los desayunos. En el avión saboreaba las últimas palabras en coreano, ya con añoranza precoz.

Así me ha despedido Seúl:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Exposición de flores en el templo Jogyesa