lunes, 5 de agosto de 2013

Parte 8: no entiendo nada

Visto así el título, podría parecer que estoy hablando del idioma, de algún kanji especialmente enrevesado o del acento local. Sí, bien, de eso también podría hablar, pero los tiros no van por ahí.
Estimado público (redoble de tambores), no es tan fácil pasearse sola por Japón si eres una mujer. A esta reveladora conclusión llegué después de recorrer las calles de Takamatsu y ser, en contra de mi voluntad, foco de atención de tipejos más o menos educados (la balanza se inclina hacia el menos), que parecían muy interesados en hablar conmigo, seguirme en su bici, o simplemente gritar un "American, American" a mi paso.
Definamos claramente el contexto: a plena luz del día, calles amplias, el famoso parque 栗林公園 (Ritsurin kōen), mujer occidental normal y corriente, vestida normal y corriente...¿qué les pasa a estos? También hay que matizar que si, en vez de una mortal más, yo hubiera sido un ser fantástico, tipo súper modelo deslumbrante, hubiera dado lo mismo. Es una falta de respeto, es incómodo, no es en absoluto halagador. No diré que esto no pase en otros países, por desgracia pasa, esto y mucho más. Simplemente, me pilló por sorpresa. Estoy acostumbrada a moverme sola por el mundo, tomo las precauciones lógicas: no salir de noche, no entrar en bares-tabernas-izekayas donde sólo haya hombres, caminar por calles amplias, concurridas y bien iluminadas, dar la sensación de que sé por dónde voy (descartado, pues, ir con el mapa en la mano). Puede ser un poco fastidioso, pero una mínima prudencia aporta tranquilidad: se trata de pasar desapercibida, en la medida de lo posible.
Retomando el caso nipón, tampoco creo que haya que alarmarse en extremo, si se tiene sentido común. En un mundo perfecto, las mujeres no deberíamos tener ningún problema por tomarnos unas cerveza en un pub o dar un tranquilo paseo después de la puesta del sol, en cualquier lugar del mundo. Por ahora, no es así.
Rumiando pensamientos dispares en mi cabecita, hice un esfuerzo por disfrutar del 栗林公園 (Ritsurin kōen), incluido en alguna de esas clasificaciones de "una de las tres mejores algo de Japón". En este caso, la vista del puente Engetsu kyō está entre las más bellas de país. Cuestión de gustos, yo no tenía el día, entre el cabreo monumental y el calor, no estaba en la forma mental adecuada para percibir las sutilezas de los jardines del daimio. Así y todo, estamos a lo que estamos y para eso hemos venido, he aquí unas fotos del parque. ¡Atención a la piedra regalo!

Regalo de un daimio de Kyushu al daimio local.

Seguía dándole vueltas al por qué de repente me había convertido en "sueca en Benidorm" (en los años 60, en la costa mediterránea española, las nórdicas arrasaban entre la población indígena masculina, por su físico y por su carencia de la castrante educación religiosa que sufrían las nativas, que les permitía lucir bikini sin temor a la santa inquisición)
Un paseo por la concurrida avenida comercial frente a mi hotel y ¡eureka! Como en un juego de "señale las diferencias entre estos dibujos", busqué qué distinguía la forma de vestir de esas encantadoras criaturas japonesas y la mía: el escote. O la ausencia total de él, en el caso de ellas. Podrán llevar la minifalda minúscula, pero lo que no se verá es piel por debajo del cuello. Ni en verano. Ni con calor. Nada. Mi escote era de lo más sobrio, pero todo un despendole comparado con la costumbre local. Si a eso le sumamos un moderado exotismo (muy moderado, el mismo que tiene en Europa una oriental), empiezo a comprender algo mejor la situación y la causa de mi repentina transmutación en nórdica. Todo un descubrimiento que alivió mi estupor, teniendo en cuenta que el año anterior también había estado en Japón y no había notado que ningún hombre percibiera mi existencia (la cómoda invisibilidad), pero claro, era invierno y yo también iba tapada con doble capa.
Resueltos los entuertos, desvelado el misterio, un paseo por el castillo al borde del mar, el 高松城 Takamatsu jō, en el parque Tamamo kōen.
Un bonito castillo, bonita puesta de sol, ¿se puede pedir más? ¡Sí! Para una nadadora empedernida como yo, ¿qué puede ser más curioso que descubrir un foso-piscina? ¿Tal vez un estilo de natación nuevo, el estilo Suinin Ryu, por ejemplo? Explicado está en el cartel: en el siglo XVII Yorishige Matsudaira, del clan al que pertenecía el castillo, pensó que la natación debía de formar parte del Bushido, el entrenamiento de los guerreros, por lo que se les enseñó a nadar en los fosos del castillo, que, al estar en el mismo puerto, estaban llenos de agua salada. Él mismo era nadador habitual y aún hoy se celebra anualmente el 3 de junio un festival de natación.


Absolutamente prohibido salir de Takamatsu sin probar los sanuki udon (Sanuki es el nombre antiguo de la provincia de Kagawa ken). Ya al bajar del avión los ofrecían, y dado que esta era la última noche en Shikoku, no había más opciones. Debe de ser un poco tonto preguntar en Takamatsu si esos udon que me has servido son sanuki, a juzgar por la cara de "pero qué despistada es esta gaijin preguntándome esta chorrada" que me puso la cocinera, pero la amabilidad le pudo y yo me comí esto. Lamento no poder dar un crítica del sabor, textura o calidad, pero no soy especialista en udon y a mí me saben todos parecidos. Que no me oigan en Japón, es un asunto cuasi religioso esto de la comida.
Expediente finalizado, todo listo para volar a ¡Okinawa!

sábado, 2 de febrero de 2013

Parte 7: vagueando por el valle de Iya. Y tú, ¿tienes trabajo?

Amanece un nuevo día soleado en Kazurabashi. Todavía estamos en mayo, pero ese famoso tórrido, húmedo y aplastante calor nipón empieza a insinuarse. Aún así, se puede comenzar la mañana contemplando las cimas boscosas desde el onsen. O paseando a orillas del río, buscando las sombras, pero sin despistarme de la hora del único autobús que se atreve a serpentear por aquí.





No, estos no son de los míos, una pena.


Una charleta sobre mi exótica costumbre de caminar (les parece realmente raro a las chicas de la recepción), regalitos de despedida (postal y caramelos) y me empaquetan en el autobús. Previamente me han hecho el infinito favor de llamar al siguiente onsen, para que bajen a buscarme a la carretera, y también le indican al conductor dónde me tiene que depositar. No me ofendo, no me apetece nada perderme por estos valles, con puentes de lianas entre un barranco y otro, poblados de descendientes de un clan de samurais. Imaginaos, menudo guión para un dorama: mujer europea armada con una mochila roja se desmaya por el calor mientras camina entre recónditas montañas del Japón profundo y, al despertar, se encuentra en una aldea del siglo XVII, le encasquetan un kimono de faena y hala, a barrer tatamis. Algo manido, tal vez.

De vuelta en el planeta Tierra, avanzo por minúsculas aldeas hacia mi destino. Casas forradas de retales de chapa y madera se apoyan unas en otras, al borde de la carretera, aprovechando un momento de respiro de las laderas. Minúsculas, y, quién lo diría, habitadas, aunque no acierto a ver a nadie menor de 80 años. Los aldeanos van subiendo en paradas innumerables; ágiles hombres y mujeres, que quizá vengan del médico, o simplemente toman el autobús para comprobar que el resto del mundo existe. Me relajo oyéndoles hablar, es una auténtica gozada escuchar sus acentos, la música de sus conversaciones. Me acompañan hasta que llego a mi destino, un punto en medio de la nada, y me apeo. Un chico del いやしの温泉きょう (Iyashino onsen kyou) está esperándome. Confirman que yo soy el paquete a recoger y, en riguroso silencio, subimos al onsen.

El Iyashino es un onsen moderno, en medio de una ladera, grande (mucho, muy grande y espacioso) y con estructuras de madera. Tal vez no sea tan famoso ni esté tan bien situado como el Kazurabashi onsen (que no sólo estaba lleno de huéspedes, sino que cada poco llegaban autobuses cargados de turistas ansiosos por darse un baño), pero no le desmerece en absoluto, es de lo más recomendable. Está relativamente cerca del monte Tsurugi san, así que, si se dispone de vehículo, sería un lujazo aterrizar por aquí al bajar.
Ya he dejado claro que lo mío, por una vez, iba de vagoneo, reconozco que forzoso (hice averiguaciones sobre transporte para el Tsurugi, pero infructuosas). Veréis que, si se trataba de relajarse, el hotel lo pone en bandeja:

Enooooorme habitación

Vistas desde la terraza de mi habitación

Mariposa del tamaño de un gorrión

Duchas y onsen

Rotenburo (onsen en el exterior)

Vistas desde el rotenburo
Cocinero preparando fideos soba

Otros huéspedes, pasándolo pipa en la cena

Empieza el festín, y, cómo no, un puente de mantel

Una de las muchas delicias que como sin tener muy claro lo que es... Esto, además de rico, entra por los ojos

Aquí sí tuve que preguntar si era comestible lo del fondo de la copa. Muy bueno, era una fruta.

Sashimi con una salsa parecida a la mostaza, delicioso.

Juraría que era una croqueta de pescado, sabrosa!
Había más platos, pero, ni saco foto de todo, todo, todo, ni es cuestión de hiper estimular los jugos gástricos del público asistente. Con la muestra vale para describir una buena cena, ¿no?
Buen remate, pues, para una día apacible. La cena me la sirvió un chico muy amable, que intentaba explicarme los platos, mientras que, a la puerta de la cocina, se asomaba de vez en cuando una señora y me miraba con curiosidad. A la mañana siguiente, en el desayuno, su curiosidad ganó a la timidez y se animó a darme conversación, y, de paso, a salir de dudas. Preguntas básicas, como el país de procedencia, o la habitual de qué hacia por Iya y cómo se me había ocurrido aterrizar por ahí, pasando por la típica que te hacen en Japón, pero no en otros países: ¿son estas todas tus vacaciones, o tienes más?, a la que hay que contestar tímidamente, diciendo lo que ellos ya saben, que en Europa tenemos más que las dos semanas japonesas. "Ah, Europa", suspira mi interlocutora. No sé si en venganza, o por lógica circunstancial, pasamos al tema de la crisis.

[Hago aquí un paréntesis: no pretendo ahondar ahora en este tema, y tampoco sé si lo haré en algún momento en este blog. Permitidme, pues, que me limite a la anécdota. Para un debate serio, tenéis a Krugman, Navarro, y un sinfín de desinformación en la prensa convencional.]

Como pude verificar esas dos semanas de mayo en Japón, los periodistas japoneses siguen ampliamente los acontecimientos en Europa, y la señora (trataré de ser educada) Merkel es una presencia inquietante y constante en las noticias. Ocurre que yo, cuando viajo, procuro hacer eso, viajar, y huyo de casi todo lo que tenga relación con mi país, e incluso continente, si es el caso. Salvo en una ocasión, cuando a cambio de mis tristes euros cada vez me daban menos yenes, que me armé de valor para comprobar que todo seguía más o menos en su sitio, el resto del tiempo procuré vivir en una especie de nirvana, que no burbuja, palabra descatalogada hasta nueva orden.

-Y tú, ¿tienes trabajo? Y cuando regreses, ¿seguirás teniendo trabajo?
-Eh, sí... (todo lo asertivo que puede ser un "sí" envuelto en sudor frío)

Aclaremos que, no me cabe la menor duda, la señora no tenía la menor intención de molestar, y que fue todo lo empática posible con Europa. También decir que no es la primera vez, crisis o no, que me hacen preguntas parecidas por allí. Se debe, supongo, a su forma de vivir el trabajo, una filosofía vital a años luz de la europea o la norteamericana.

Desmitificando: no trabajan tanto!

En fin, el ambiente relajado me ayuda a reponerme rápidamente. Mochila recogida, nuevo destino: Takamatsu, o "el lugar donde descubrí que las japonesas no llevan escote y los japoneses no son tan respetuosos como parecía".

lunes, 28 de enero de 2013

Parte 6: Largo y sinuoso camino hacia el valle de Iya

De acuerdo, plagio total de mis reverenciados Beatles. No sé si los de Liverpool se dieron un garbeo por el valle de Iya, pero, visto lo adecuado del título, como si lo hubieran hecho. Sinuoso, escarpado, escondido, intrincado... todo eso, y más, pero, primero, las despedidas.

Hay lugares a los que se llega por primera vez, y ya parece que les perteneces: a las calles, a las caras de los que cruzas al ir a desayunar, a la señora de la tienda de la esquina, que siempre está firme detrás del mostrador, aunque nunca veo ningún cliente. Por eso, a veces tengo que reprimir comentarios como "en Kreuzberg, mi barrio de Berlín", porque realmente sólo estuve allí una semana y sonaría muy pedante, pero, para mí, es mi barrio berlinés. Asakusa es mi barrio de Tokyo, le Marais el de París y Highbury el de Londres. No pasa en todas partes, ni todo son flechazos, hay que ganárselo. Tampoco hay razones objetivas: a menudo sucede que hablas maravillas de "tu barrio" y a quien se lo has contado, se queda indiferente cuando lo visita. Se podrían buscar encantadores símiles más o menos rebuscados (con los novios, por poner un ejemplo). Lo veo innecesario, se me entiende bien, ¿no?
Dicha esta parrafada, es previsible suponer que me dio penita irme de Tokushima. No tengo claro si pena es la palabra: estaba encantada con el día que me esperaba por delante, descubrir una de las zonas menos pobladas de Japón. ¿Hay alguna palabra que, por si sola, describa el sentimiento de cariño hacia un sitio, alegría por haberlo pasado bien en él, y, a la vez, excitación por el día que comienza? En castellano no encuentro, pero en japonés, qué palabra no tendrán en japonés para expresar sentimientos...


De nuevo en la estación de Tokushima
Sol, palmeras... y, qué veo, es King Kong?

Sanae-san expresó los suyos en forma de te y comida para el camino. Muchas sonrisas, reverencias mutuas, risas a carcajadas y un montón de buenos deseos. Le intento explicar el plan del resto del viaje (es la parte fácil en cualquier idioma, nombre de sitios y un par de verbos), cómo no, le parece "sugoi", los japoneses, en general, son muy agradecidos en cuestión de "atracciones" turísticas.
Con todo este subidón, y mi trabajada mochila a modo de joroba, enfilo hacia la estación. El plan es algo así como: coger un trenecito (nada de shinkansen, aquí se va a otro ritmo, que no hay prisa) a algún lugar, digamos que Awa Ikeda, y esperar un rato ahí para coger un autobús hasta Kazurabashi onsen, o lo que es lo mismo, el onsen del puente de Kazura.
Cuando te hablan de un lugar, y lo describen como idílico, escasamente poblado, en plena naturaleza, hay que hacerse a la idea de que desplazarse sin coche propio va a ser complicado, a no ser que tengas todo el tiempo del mundo. Aún no me he topado con ningún diablo dispuesto a hacer pactos, así que descartamos la eternidad como punto a mi favor. El alquiler de vehículo, inalcanzable para mi presupuesto. Y vistas las carreteras, hubiera sudado tinta china conduciendo por la izquierda, con un precipicio a un lado y una pared montañosa al otro, mientras me guiaba por espejos en la vía para ver si se podía dar una curva o venía alguien de frente. Unos héroes, los conductores de autobús del valle.
Se trataba, pues, de hacer números con los yenes y las combinaciones de transporte y, una pena, descartar los cañones de Ōboke y Koboke o el monte Tsurugi para no caer en el stress de "quiero verlo todo". Este es un síndrome que suele atacar a la gente viajera y que yo hago lo posible por evitar. Soy capaz, incluso, de sacrificarme y vaguear una tarde con un libro y unas cervezas, entre chapuzón y chapuzón en un onsen, antes que embarcarme en una especie de ginkana frenética para capturar todos los hitos turísticos. Casi sin darme cuenta, ya he resumido mis dos días en el valle de Iya: onsen, comer, divagar, pasear, leer, onsen, comer. Entremezclado con apuntes del natural, que voy tomando a medida que los caminos se adentran en el valle.
Vaya, fíjate por dónde pasa el tren...



En la estación de Awa Ikeda me espera una muestra más de la costumbre japonesa de usar dibujos infantiles para casi todo (en letreros indicativos, lo más habitual, pero hasta vallas de obra con cara de rana he llegado a ver). Aquí le toca a Anpanman (un bollo de pan metido a héroe) hacer horas extra.




Voy sobrada de tiempo hasta la hora de coger el autobús a Kazurabashi onsen, así que puedo ir a la oficina de turismo enfrente de la estación de tren a aprovisionarme de mapas, y, de paso, comprobar una vez más que la cosa está difícil. En el fondo, me gusta saber que en el hipermega poblado Japón hay zonas donde sólo hay un par de autobuses al día.
Aquí unos viajeros en la sala de espera de la estación de autobuses.



Las tres viajeras (un par de señoras mayores y una gaijin) que finalmente nos embarcamos vamos como niñas entuasiasmadas mirando por los precipicios que se asoman al borde justo de la rueda del autobús. Allí, muy muy allí abajo, el río que formó todo este jaleo (Iya)
Pensaba que no iba a poder echar un vistazo a este Manneken Pis que se vino de Bruselas para ver hasta dónde le llegaba el chorrito, pero, como ya he dicho, aquí prisa, prisa, no hay mucha. O eso o que el conductor necesita descansar de tanta curva, la cuestión es que amablemente nos indica que podemos bajar a sacarnos unas fotos y mirar cara a cara al barranco.



Sea por el descanso o por años de experiencia, consigue llegar a mi destino, un lujoso onsen (lujoso para mis estándares, habrá quien esté acostumbrado), encajado, dónde si no, en una curva del camino.


Estrictas normas de la mayoría de los hoteles en Japón: el check in suele ser tarde, bastante tarde, entre las 14:00 y las 16:00. En algunos casos, aunque vayas a pasar más de una noche, no puedes acceder a tu habitación en toda la mañana. La excusa es la limpieza; ciertamente sólo me he encontrado una vez una habitación sucia, así que habrá que creerse que limpian los tatamis a mano durante horas.
Abandono mi mochila a los cuidados de la recepcionista para, mmmmm, veamos, qué se podrá hacer en un lugar de nombre Kazurabashi...



Este es el puente Kazura. Cuentan las leyendas... cuentan varias versiones, probablemente ninguna del todo cierta. La que más abunda en los folletos nos lleva al siglo XII, cuando el clan Heike se retira al valle del Iya al perder contra el clan Genji en las batallas Genpei. En su huida, construyeron estos puentes de lianas para poder cortarlos fácilmente en caso de que fueran perseguidos. Si tiramos por el lado religioso, nos retrotraemos al siglo VIII, cuando Kobo Daishi, el fundador de la secta budista Shingon, construyó este y otros puentes para ayudar a la gente del valle a mejorar sus comunicaciones. Sea como fuere, hoy en día, por 500 yenes de nada, puedes cruzar uno de estos puentes legendarios.



No soy nada amiga del riesgo gratuito, así que me aseguro de que las lianas estén sólidamente fijadas a los troncos que las soportan en los extremos del puente.



Parece una tontería, y de hecho una excursión de ancianitos ha desfilado en alegre tropel unos minutos antes, pero, cómo lo diría yo, ¡mi pie del 39 podría deslizarse sin problema por cualquiera de esos huecos!




Ufffffffff, ¡tierra firme! Ahora a degustar la gastronomía local para recuperar fuerzas.



He aquí otro de los supuestos atractivos del lugar: una bonita cascada...



A la que, convenientemente, le han plantado un chiringuito al lado.



Esto sí es un buen rincón, la cuenca del río nos acoge a mi libreta y a mí durante horas. Rocas azules pulidas por corrientes milenarias, agua deliciosa, estruendosamente clara y musical, pasa bajo el puente cumpliendo un eterno peregrinaje.



Poesía podría ser también bañarse en un onsen suspendido en lo alto de la montaña. Para subir a él, desde la parte trasera del hotel, hay que utilizar esta especie de mini funicular. Chapuzón al atardecer con un grupo de señoras, que no pueden evitar mirarme de reojo para comprobar que cumplo: la ropa en la cesta, las zapatillas fuera, la ducha previa. Sí, ya me lo he aprendido.



Cena con sorpresa: primero una cantante y, para que nadie se aburra, el cocinero nos explica como preparar unos fideos soba con verduras (conservo la receta, por si alguien quiere)


Parte de la cena se va preparando en el irori, este fuego bajo alrededor del cual se sirven los platos.



Quién lo diría, pero a la mañana siguiente, me queda hambre para desayunar. Tanto baño, tanto paseo, ¡hay que alimentarse!
Comienza así otro día de vagoneo premeditado y alevoso en el valle de Iya. Detalles, fotos y mucho más, en la siguiente entrada:
"Parte 7: vagueando en el valle de Iya. Y tú, ¿tienes trabajo?"

martes, 4 de septiembre de 2012

Parte 5: de China a Brasil, pasando por Portugal

 

 

Llegamos al tercer día en territorio japonés, y llega también el temido momento en que hay que asumir la realidad: el benpi ha ganado a la medicina occidental. Os ahorraré la búsqueda: benpi quiere decir estreñimiento, tomad nota si viajáis a Japón, os puede ser muy útil la palabrita.

Cierto, el benpi es común cuando se viaja, da igual a dónde. No es así en mi caso, es un problema que no suelo tener. De ahí que, el año pasado, en mi anterior viaje a Japón, me pillase totalmente desprevenida. Después de llevar ya dos semanas en el país, sin notar alteración alguna en mis funciones vitales, me cargué la mochila a cuestas para hacer el Kumano Kodo en la península de Kii Tanabe. El alojamiento estaba previamente concertado, junto con las comidas. Cómo no, en mi afán por vivir una experiencia japonesa total, pedí los menús tradicionales, en los que el arroz es la fuente de hidratos principal. Resumiendo y sin entrar en detalles escabrosos, digamos que mi aparato digestivo no estaba preparado, y las cuestas se me hacían aún más empinadas. Que nadie se asuste ni se lleve a error, en Japón se puede encontrar todo tipo de comida... si estás en una ciudad, no si te pasas el día en el bosque y sólo sales de él para dormir en alguna minúscula aldea (minúsculas pero una gozada, por otra parte)

Vistos los precedentes, y como tampoco estaba dispuesta a renunciar a unos buenos onigiris, esta vez iba cargada con medicina occidental para el benpi. Pasados tres días, sólo hay un diagnóstico posible: fracaso total.Y sólo hay una solución posible: ir a una farmacia y comentar estos agradables temas con un completo desconocido en un idioma extraño. ¡Grandes remedios para grandes males!

Reunidas fuerzas en la cafetería habitual, me doy un paseo por Tokushima atenta al símbolo internacional de farmacia (en efecto, aquí también tienen una cruz verde, no todo va a ser indescifrable), y, por si acaso, he repasado los kanjis de Kusuriya (薬屋). Llevada por la poderosa fuerza de la necesidad, entro en el primer sitio en el que veo el kanji 薬 (medicamento), aunque no tenga la pinta habitual de una farmacia japonesa (similares a las de aquí, algo más llenas de productos y colorido) sino que más bien parece la consulta de un médico, con muebles de madera y mesa para atender al paciente, donde se administra medicina china, (llamada kanpo igaku 漢方 医学, es una adaptación japonesa de la antigua medicina tradicional china) muy popular en Japón. Respiro hondo y ¡a la carga, que no se diga!:

-Konnichiwa, chotto BENPI ga arimasu.

Pido disculpas a mis senseis, seguro que no se dice ni parecido, pero me entendió, porque empezó a asentir con una risilla nerviosa y un montón de balbuceos. Ahora es cuando entramos en la descripción del farmacéutico: bajito, con gafitas, bata blanca y toda la pinta de científico de tebeo. Pero majísimo, eficaz y con un inglés de superviviencia que nos vino genial. Cuando al hombre se le pasó el primer sofoco, se aseguró de que yo sabía lo que estaba diciendo y pasamos a la descripción de la gravedad del problema, para así poder administrarme la dosis adecuada de medicina milagrosa. Acordamos que el caso era "raito" (light), y que con una o dos pastillas al día bastaba. Este es el producto, que tomé con fe ciega y que, esto sí que sí, funcionó:

Cumplida su misión de facilitarme la vida, pasamos a las preguntas de cortés curiosidad: de dónde soy, qué voy a visitar en Japón, lo típico. No tan típica es su reacción cuando le digo que soy de Bilbao, y, en vez de ilustrarme con el resultado del último partido del Athletic (club de fútbol local, que me ha dado tema de conversación en medio mundo, y eso que no es lo mío ni de lejos), exclama:

-Bilbao, iron!

Iron, sí, hierro, conoce Bilbao por el hierro. No digo yo que no fuera uno de los motores de la economía vasca, pero en el siglo XIX y primera parte del XX. Y, aún así, no acabo de imaginarme la conexión con un farmacéutico de Tokushima. ¿Alguien conoce el hilo conductor? ¿Viviré para siempre con esta intriga?

Mientras se soluciona el enigma, seguimos con el resto de la jornada. La idea era ir a ver los remolinos de Naruto, ciudad al lado de Tokushima, o pegada a ella, más bien. El momento propicio para ver los remolinos es con el cambio de la marea, mejor con la marea baja que con la alta. En mi caso, ese día sólo podía ir a la hora de la marea alta, las horas de las bajas no me cuadraban, y eso significaba las tres de la tarde. En la oficina internacional de Tokushima, en el edificio de la estación principal, una chica muy solícita me empapela a folletos, mapas y horarios de autobuses para ir a Naruto. ¿Qué se puede hacer en Tokushima durante la mañana? Muchas cosas, seguro, pero en este caso, la resolución de: Ko+monte Bizan, sólo puede ser = subir.

El monte Bizan es la referencia de Tokushima, desde él hay unas vistas estupendas (si no hay niebla y lluvia, como fue el caso) y en su cima hay un parque y un museo dedicado al portugués Wenceslao Moraes. Para subir al monte, y, sin que sirva de precedente, me decanté por la opción funicular. Estaba lloviznando y el sendero (supongo que era el sendero, no entendía ni un cartel) patinaba bastante. En esos casos, suelo visualizar el titular " Turista occidental herida al intentar subir por un empinado sendero en sandalias", lo que me produce una inmediata reacción de vergüenza y busco la alternativa más discreta.

El funicular se coge en la quinta planta del Awaodorikaikan (lo visitaré por la noche, cada cosa a su tiempo, Ok?), y al lado de este simpático templo. ¡Qué mejor que un buen torii para empezar la mañana!

 

 

Funicular y vistas de Tokushima:
 

 

No se ve mucho, una pena. Aún menos a medida que subimos:

 

Esto es lo que espera escondido entre las nieblas:

 

¿Una pagoda? No parece muy japonesa...

 

La pagoda, en efecto, no es japonesa, sino birmana. Soldados japoneses que estuvieron en Birmania, a su vuelta a Japón, la construyeron al estilo birmano. Esto me lo explica el guía del museo, esto, y la vida, obra y milagros del famoso Wenceslao.

Como no todo es wiki en este mundo, os hago un resumencillo de lo que vi y me contó en el museo: Wenceslao de Moraes era un marino portugués que fue cónsul de su país en Kobe a finales del siglo XIX. Para que nos situemos, Kobe era uno de los puertos japoneses con más contacto con Occidente, y geográficamente cerca de Tokushima, al nordeste. Wenceslao se casó con una bella geisha de Tokushima (lo era, vi la foto). Ella hablaba maravillas de su ciudad natal, aunque no tuvieron oportunidad de disfrutarla juntos, porque murió tempranamente (¿es posible morir tarde?) a causa de una enfermedad del corazón. Tras su muerte, Moraes dejó el consulado y se fue a Tokushima, donde permaneció hasta su fallecimiento. El tiempo que le quedó lo entretuvo en casarse con una sobrina de su mujer (a la que también sobrevive, ya que esta muere de tuberculosis) y en escribir artículos y libros sobre Japón, Tokushima en especial y sobre su amor por estas dos mujeres. El museo está simpático, con libros, fotos y objetos personales del cónsul, e incluso con alguna botellita de Oporto, para dar ambiente. Un personaje interesante, y un hombre con ideas y sentimientos apasionados. Si tenéis curiosidad, un vistazo por internet os puede dar para un buen rato de lectura. En cualquier caso, es un ejemplo de una época que parece desaparecida, la de los viajes románticos, al estilo del Gran Viaje que los jóvenes aristócratas europeos daban por Italia, Grecia o España, o más tarde, como Moraes en el XIX, a destinos en Asia o África, a mundos y gentes de los que apenas tenían referencias.

Con un suspiro en el alma, vuelvo a la estación de Tokushima para coger el autobús que, supuestamente, me iba a llevar a ver los famosos remolinos de Naruto. El "supuestamente" os habrá dado la pista para adivinar que la cosa no fue tan fácil. La información que me dieron en la oficina internacional no era la correcta, por lo que, el autobús al que me subí, tampoco. Realmente, aparecí en la típica anécdota de viajes: "me confundí y una gente muy amable...". En efecto, llegué a alguna parte de Naruto que no era donde quería llegar y unas chicas me metieron en otro autobús para ir a donde sí quería llegar. Lamentablemente no puedo dar muchas más precisiones. ¡El día que domine el japonés los viajes serán muy aburridos!

De los remolinos en sí, no gran cosa que contar, llegué un poquito tarde, el día seguía brumoso y tristón, y, lo dicho, el efecto de las corrientes debe de ser más espectacular con la marea baja.

 

Esto no es un bonito intento de foto artística en blanco y negro, el tiempo y el mar estaban así, fundidos. ¿Habrá algún ser que salte del mar y trepe por la niebla? Miré, pero no lo vi.

Para ver los remolinos hay dos opciones: desde un barco en medio del meollo:

O desde este puente:

 

 

 

En el suelo de puente hay unas cristaleras para observar de primera mano el fenómeno. Esto es lo que vi:

No parece gran cosa, la verdad. Yo, al menos, esperaba algo diferente, pero, como ya he dicho, hay que ir a la hora y en el momento exacto de la marea. Según el folleto, había que ver esto:

Para volver a Tokushima acerté a la primera (fácil, sólo hay una parada de autobuses al lado del puente) y tuve suerte de coger el último, que era sorprendentemente pronto, creo que antes de las 5 de la tarde. Con tiempo de sobra para, ya en Tokushima, asistir a una representación del Awa Odori en su edificio, el Awaodorikaikan. Por supuesto, quien todo lo sabe tiene información sobre esta danza (http://en.wikipedia.org/wiki/Awa_Dance_Festival). Como danza muy antigua que es, no está muy claro ni el momento exacto de su origen, ni el porqué. Al parecer, las gentes de las regiones de Tokushima tradicionalmente disfrutaban bailando el Bon Odori, pero fue a partir de la llegada al poder del daimyo Hachisuka en 1586 cuando adquirió cierta oficialidad. El nombre de Awa Odori se le puso en 1920. La canción también tiene lo suyo:

踊る阿呆にOdoru ahou niThe dancers are fools
見る阿呆Miru ahouThe watchers are fools
同じ阿呆ならOnaji ahou naraBoth are fools alike so
踊らな損、損Odorana son, sonWhy not dance?

 

A esta canción se acompañan gritos sin valor semántico, tan solo para animar o mantener el ritmo.

Es muy popular en todo Japón, y a mí me enamoró, encandiló, entusiasmó... Esto sí que me pareció absolutamente sugoi (maravilloso). A pesar de que el festival del Awa Odori se celebra en agosto, en el Awaodorikaikan se puede disfrutar de esta danza varias veces al día, en representaciones a cargo de distintas escuelas de baile locales, que, digamos, "ensayan" frente al público, con música en vivo. También se puede participar y recibir una clase en el escenario, con premio a los alumnos más aventajados (no, no participé, pero me encantaría hacerlo alguna vez)

Vamos a ver qué os parece:

 


Por si os animáis, ahí va la clase de danza:

 

Tras zafarme de un empresario que me tenía que contar algo seguramente fascinante y de gran interés (más para él, creo) volví al hotel, agotada como siempre y pensando en mi ofuro. Quien, casi seguro, estaba pensando en mí era Sanae-san. En cuanto entré por la puerta me encasquetó a un barbudo occidental más sudoroso y cansado que yo, y, decididamente, con muchas ganas de hablar en su lengua materna.

El nuevo huésped acababa de finiquitarse el Henro 88, una etapa más en el recorrido físico y vital que le había llevado de Brasil a México, y de ahí al Camino de Santiago, donde oyó hablar del Henro 88. Lo que vendría a ser un juego de la oca por el globo terráqueo, le había colocado en la casilla Tokushima Station Hotel sin mucha idea de por dónde tirar. Si lo que le guiaban eran las coincidencias y las casualidades, le di unas cuantas pistas de peregrinaciones, islas y lugares comunes. Ni siquiera me senté, nada más presentarnos empezó a hablar y hablar, sin acelerarse pero sin pausa, una cascada verbal en la que me contó lo que le había pasado por la cabeza y el corazón para salir al mundo, un ejemplo de ese momento que yo llamo "sentirse como Forrest Gump": lo único que parece tener sentido es correr (o andar, eso es cuestión de gustos), andar, correr, andar, a donde te lleve el camino, cualquiera que este sea.

Buffffffff, ha sido un día largo, emocionante, divertido, conmovedor. Mañana, el remoto valle de Iya, los onsen, las montañas... Eso será otra historia, como decía Tolkien.